09 Ago. 2009

De partidos y liderazgos

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En materia de liderazgo político clásicamente se manejan tres categorías. Una es la de aquellos que logran un óptimo contacto con la gente, interpretan sus deseos y demandas, y las interpretan a cabalidad, son fieles exponentes del pensamiento actual de la gente, y quedan sometidos a los vaivenes de la propia gente; su mayor carencia es que no conducen más allá del presente, no trascienden el horizonte que la propia gente tiene y no les indica un sendero no visualizado[...]

En materia de liderazgo político clásicamente se manejan tres categorías. Una es la de aquellos que logran un óptimo contacto con la gente, interpretan sus deseos y demandas, y las interpretan a cabalidad, son fieles exponentes del pensamiento actual de la gente, y quedan sometidos a los vaivenes de la propia gente; su mayor carencia es que no conducen más allá del presente, no trascienden el horizonte que la propia gente tiene y no les indica un sendero no visualizado. En el otro extremo están los visionarios, quizás los precursores, aquéllos que ven muy lejos, más allá de la línea en que el cielo se junta con la tierra, prefiguran el mañana y el pasado mañana, saben lo que quieren (como ser colectivo) y a dónde hay que llegar; pero estos precursores se sitúan tan por lejos de los hombres y mujeres de carne y hueso, que no logran conducir, porque no logran tener multitudes detrás suyo, sino a lo sumo un puñado de fieles que admiran sus virtudes. En el medio están los conductores propiamente dicho, los que interpretan a la gente, entienden sus demandas, pero logran conectar con ella que hay que ir mucho más allá del presente, hay que buscar un horizonte más lejano, pero lo hacen tendiendo un puente entre el presente y el futuro, además marcan el camino por donde transitar. Los primeros son los referentes, los segundos los precursores, los terceros los verdaderos líderes, los que lideran porque conducen, los conductores.

Esta distinción no es un puro ejercicio académico telúrico, para deleite de ateneístas diletantes, sino que es una clasificación necesaria para interpretar el juego político. En Uruguay – para hablar de figuras que no son hoy actores electorales – se dan con claridad esos tres tipos: Tabaré Vázquez es un claro referente, Jorge Batlle un indudable precursor, José Batlle y Ordóñez fue un conductor. Liber Seregni fue cada una de las cosas en un momento diferente: un referente en el periodo de construcción del Frente Amplio, un conductor desde la cárcel hasta lograr la inserción del Frente Amplio en el sistema político (paso que se da con la participación en los entes autónomos y servicios descentralizados en 1985), luego se desliza hasta su esta final como precursor.

Para ejercer la conducción, el liderazgo en el sentido descrito, se requiere por un lado del conductor, del hombre adecuado para la función, y de la herramienta necesaria: el partido político, un partido político estructurado, sólido, que no sea meramente una maquinaria electoral. Y como combinación de ambos elementos, la necesidad de que ese liderazgo está consolidado, al menos consolidado por un tiempo prolongado. Si un liderazgo debe revalidar su papel elección tras elección, si en cada instancia electoral puede ser cuestionado por desafiantes internos, carece del ambiente necesario para ser un conductor, porque no puede marcar un camino si cada paso que da hacia el futuro puede estar sometido a la controversia, a la contestación. Esto no quiere decir que un líder para poder conducir no debe tener rivales ni desafiantes, sino que los rivales y los desafiantes no deben tener ni la talla ni la oportunidad.

Un líder en situación de jaqueo no está en condiciones de hacer jugadas arriesgadas, salvo que tenga una convicción absoluta en el objetivo perseguido y esté dispuesto arriesgar todo y aún inmolarse en procura del objetivo. También un liderazgo consolidado requiere un partido sólido, dispuesto a actuar monolíticamente, a absorber las diferencias y matices para dirimirlas en el momento oportuno, sin que obstaculicen políticas de largo aliento y la búsqueda de objetivos de largo plazo.

La existencia de estos liderazgos consolidados y de estos partidos monolíticos es prerrequisito indispensable para que los diferentes partidos políticos puedan acordar entre sí y llevar adelante políticas de Estado. Partidos monolíticos no quiere decir sin corrientes, sectores o fracciones, sino con corrientes que sepan cuál es el momento y el lugar para exhibir diferencias y cuál el momento y el lugar para alinearse detrás del liderazgo partidario. Porque llevar adelante políticas de Estado quiere decir llevar adelante políticas de síntesis, donde todos los sectores del país se ven reflejados en una parte sustancial de su pensamiento y sus intereses, pero donde todos, sin excepción alguna, deben dejar prendas por el camino y hasta tragarse más de uno que otro sapo.

No es del todo claro si hay a nivel de la sociedad un reclamo de políticas de Estado, porque muchas veces el reclamo consiste en pedir que el otro apoye incondicionalmente lo que uno quiere. Lo cual no es ni síntesis ni acuerdo, sino intento de que uno se imponga y el otro claudique. Lo que es claro que los analistas más lúcidos (de la política, la economía, la diplomacia, la historia, del pensamiento nacional) están convencidos que hay un conjunto de temas que solo son encarables mediante políticas de Estado y que no hay solución alguna, ni camino viable, sin políticas de Estado. Y se puede decir que eso es así, guste o no guste. Es una imposición de la realidad, determinada entre otras cosas por el tamaño y la ubicación del país.

Políticas de Estado quiere decir dos cosas interrelacionadas. Por un lado políticas de continuidad, es decir, políticas sostenidas a lo largo del tiempo y que en sus líneas maestra no cambien al compás de los gobiernos, de las variaciones electorales ni de las oscilaciones de la opinión pública. Por otro lado quiere decir políticas de entendimiento nacional, del grueso del país, de la sociedad, en primer lugar del sistema político, pero no solo del sistema político, sino también de los principales actores corporativos. Del poder político, del social, del económico y del espiritual. Y esas políticas de continuidad son tales en la medida en que estén soportadas en políticas de entendimiento macro. En el comienzo de la campaña electoral interpartidaria surgen algunos esbozos de camino hacia políticas de Estado. Hace cuatro años y medio, al instalarse este gobierno, se intentaron políticas se Estado y se redactaron documentos en tres áreas, y los documentos quedaron ahí, frustrados con la tinta fresca. Habrá que ver cuánto esfuerzo se pone ahora de parte de unos y otros para arribar a reales y concretas políticas de continuidad y entendimiento.