09 Ene. 2011

El sistema de partidos en crisis

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Crisis, del griego ??????, quiere decir “momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes”, y también cambio “ya sea para mejorarse, ya para agravarse”. Con este significado, el sistema de partidos está en crisis, más exactamente los cuatro partidos parlamentarios están en crisis, y de cómo procesen la situación el sistema en su conjunto y cada uno de sus cuatro actores por separado podrán mejorarse o agravarse. Lo único claro es que así como están no van a continuar, no pueden continuar.

Un primer elemento es que ningún partido logra consolidar un piso elevado en relación a su pasado reciente. El Frente Amplio culminó en octubre de 2004 el largo proceso, de 33 años, de crecimiento ininterrumpido y ganancias continuadas sin pérdidas, para registrar un leve descenso en las departamentales de mayo de 2005 (ocultado por el hecho de haber retenido el gobierno departamental de Montevideo y acumulado otros siete), una fuerte caída en las mal llamadas “elecciones internas” de junio de 2009, una caída (entre pérdida de votos y no ganancia en términos biológicos) de cuatro puntos porcentuales más la pérdida absoluta de dos bancas parlamentarias en octubre de 2009, y finalmente la fuerte caída en votos y en gobiernos departamentales ocurrida en mayo de 2010. El haber retenido la mayoría parlamentaria in extremis posibilitó que la embriaguez de la dirigencia frenteamplista continuase, sin una sola autocrítica, sin un solo llamado de alerta, confiado en representar a todo el pueblo y contar con el aval de todo el pueblo, digan lo que digan los votos y las urnas.

El Partido Nacional demuestra a lo largo de los últimos 70 años una actitud oscilante en la captación de electorado, en un muy amplio rango que va del techo de algo menos del 50% en su triunfo histórico de 1958 a casi el 22% en su piso histórico de 1999. Con Luis Alberto Lacalle registra el mejor resultado del periodo post-dictadura (39% en 1989, aunque con triple candidatura, aún en régimen de Doble Voto Simultáneo) y los dos peores resultados hjstóricos (1999, 2009). Lacalle ganó tres competencias internas y una nacional, y perdió una competencia interna. La otra gran figura blanca de hogaño, Jorge Larrañaga, ganó su primera competencia interna y perdió la siguiente, ambas contra el nieto de Herrera, y en lo nacional no llegó nunca al balotaje. En una mirada de larga duración, que abarque los últimos tres cuartos de siglo, el promedio obtenido en las dos décadas finales de su larga travesía en el llano (1934-1954) está muy por encima del promedio obtenido en la post-dictadura, pese a haber alcanzado en este tiempo la primera magistratura. En términos históricos no ha logrado salir definitivamente del declive y presenta una vez más una fuerte fisura interna (de adhesión a liderazgos opuestos y de proyectos ideológicos disímiles, como es la constante del nacionalismo al menos desde mediados del siglo XIX). Quizás la dirigencia nacionalista, una parte menor de ella, tenga alguna conciencia de su situación, aunque casi todos caen obnubilados por la contienda interna, que consume toda su libido.

El Partido Colorado sigue en el nivel más bajo de su historia, aunque con una importante recuperación respecto al piso de 2004. Pero, atención, su porcentaje de votación  y su bancada parlamentaria son inferiores  a lo logrado por el Frente Amplio cuando su nacimiento. La nueva mayoría partidaria y el nuevo liderazgo están en observación por parte de la ciudadanía, presenta como punto fuerte haber logrado frenar el declive y ofrecer cierta mejoría; y como punto débil, que de octubre a mayo no logra mantener la línea ascendente y registra una nueva pérdida de votos, fenómeno ocultado por la recuepración de una intendencia. No solo la dirigencia colorada se aferra a las señales positivas sin observar las negativas, sino que exhibe una baja o nula capacidad de admitir los diagnósticos que le marquen la precaria situación.

Pero un tema más significativo es que los dos partidos tradicionales no logran caminar hacia una alianza de ambos para equipararse al frenteamplismo (lo cual es muy válido cuando son dos de los tres o cuatro partidos más antiguos del mundo, con casi dos siglos de vida, al menos como corrientes y como protopartidos). Pero tampoco logran caminar en el sentido opuesto, de afirmar ante la ciudadanía la exigencia de un juego de tríadas, de un cuadro trilateralizado. La ciudadanía ve – y esto es malo si no se camina hacia la alianza – la existencia de dos grandes bloques políticos en el país, uno constituido por el Frente Amplio y el otro por el conjunto de los valores y modelos tradicionales, donde el Partido Nacional y el Partido Colorado ofician de subconjuntos dentro del conjunto principal.

No solo hay dos áreas, sino que la frontera entre ellas es muy rígida, casi impermeable. Lo que lleva a que en números gruesos los disconformes de un lado piensen en refugiarse en la actitud refractaria, ya fuere mediante el voto en blanco o nulo. El recurso tradicional de los disconformes de un partido, la abstención, está limitado en un país con voto obligatorio. No cabe el recurso, que viene resultando decisivo en los últimos 20 años en España e Italia, donde los centroderechistas disconformes hacen ganan al centroizquierda por el simple expediente de quedarse en sus casas, o los centroizquierdistas abren las puertas a sus adversarios por el mismo mecanismo. Así ganó Berlusconi en dos oportunidades y perdió en otras dos; así ganó y así perdió el PSOE. El voto compulsivo es una comodidad para dirigencias políticas proclives al conformismo: evita tener que pensar demasiado.

Una crisis es una bendición si quienes tienen el poder de decisión la toman como momento para hacer un diagnóstico profundo, crudo, sin concesiones, que nada tiene que ver con la autocrítica como sinónimo de flagelación. La flagelación es una reacción primitiva, la autocrítica serena es una reacción madura.