El Observador
Seguir los procesos políticos de otros países no solo sacia la curiosidad, sino que sirve para extraer ejemplos de qué hay que hacer y de qué no hay que hacer para el propio país. O al menos sirve para extraer conclusiones generales, más allá del tiempo y del lugar. El domingo pasado hubo elecciones de gobernador en Catamarca, una pequeña provincia argentina cuya población representa tan solo el 1% del total del país. El gobernador Brizuela del Morral se presentó a la segunda reelección, es decir, para que no haya dudas, que pretendía un tercer mandato consecutivo. Es un hombre que entró y salió del radicalismo K, como el vicepresidente Cobos, es decir, los políticos de la Unión Cívica Radical que en las pasadas elecciones presidenciales se plegaron al llamado “proyecto trasversal” del kirchnerismo. Representa el viejo estilo feudal de conducción provincial, con profusión de prácticas clientelares. Como señala el columnista argentino Joaquín Morales Solá, la oposición argentina criticó la re-reelección a nivel nacional, cuando la impulsaban los Kirchner, y la practicó en cambio en su propio feudo, en Catamarca. Combate el modo feudal, arbitrario y clientelar de los Kirchner y apoyan ese modo feudal, arbitrario y clientelar en su propio terreno. Entonces, primera lección, quien es contestatario del gobierno, del poder, debe exhibir valores morales por encima de los valores que se atribuyen al oficialismo, en particular en los temas que más cuestiona la población.
Cuando la oposición gobierna, ya sea como este caso argentino que pasa a gobernar un determinado territorio, como cuando sustituye al anterior oficialismo en el gobierno nacional, como el caso uruguayo, debe inequívocamente demostrar que no repite las prácticas que la población cuestiona. Si se cuestiona la desesperación de los activistas políticos por el reparto de cargos, no reproducir ni mucho menos amplificar esa voracidad; si se critican las prácticas clientelares, no repetir esas mismas prácticas clientelares. Si se cuestiona algo del gobierno nacional, no hacer lo mismo en un gobierno provincial o departamental.
Otra lección que surge del desempeño de Catamarca, pero también de la actuación del radicalismo en la provincia de Río Negro, y de la oposición argentina en general, es que resulta más fácil para un gobierno fortalecerse por los errores ajenos que por los méritos propios, al menos si se cometen menos errores que los contrarios. Por ejemplo, nadie duda que el “cristinismo” (el espacio político de la presidente Cristina Kirchner) tenga una estrategia más clara, un mejor manejo del poder y mayor eficacia en la operativa política, que una oposición contradictoria y dividida. Porque la oposición no solo tiene problemas entre el libremercadismo de Mauricio Macri o Fernando de Narváez y la socialdemocracia de Ricardo Alfonsín, sino que también tiene diferencias al interior de cada uno de los componentes opositores: divididos y en competencia entre sí los radicales (de la Unión Cívica Radical), los socialistas, los peronistas disidentes (denominados “peronistas federales”). En otras palabras, la ley politológica sería: un gobierno no necesita hacer las cosas bien, sino solamente hacerlas mejor que la oposición.
Ahora bien ¿qué quiere decir hacer las cosas bien para la oposición? Hay dos formas de responder esta pregunta. Una respecto al aquí y ahora, otra de visión estratégica. En el aquí y ahora es donde más se debate al interior de los partidos opositores, y tiene que ver qué hacer con el gobierno: cuánto de colaboración, cuánto de oposición crítica, cuánto de oposición dura; qué apoya y en qué oponerse. En definitiva, atiende al posicionamiento táctico. Otra cosa es encarar el rol de la oposición desde un punto de vista estratégico.
Antes que nada conviene una observación. A lo largo de toda una muy larga etapa del Estado uruguayo moderno (tan larga como que comienza antes de que el Estado fuese moderno, es decir en 1865) y hasta 1958, a lo largo de casi un siglo, la oposición –que no era otra cosa que la colectividad blanca- no tenía respuestas efectivas al predominio colorado. De alguna manera tanto el país como los propios blancos se acostumbraron a un juego de posiciones estáticas. Estada dado el rol de gobierno del Partido Colorado y de oposición del Partido Nacional, sin que ser oposición supusiese alternativa. Entre 1958 y 1989 surge la cultura de la alternancia en el poder, donde el principal partido opositor tiene como escenario ser la alternativa al partido de gobierno, que puede perder ese gobierno. Los dos partidos que asumieron el rol de alternantes, pasan luego a tener el papel de co-gobernantes, con distintas formas, a lo largo de tres periodos gubernativos. Luego viene un cambio histórico, de la misma profundidad que en 1958: hay una nueva realidad política, donde el gobierno pertenece a un jugador extraño al juego anterior, y donde los viejos actores se sientan en lugares donde ante son se habían sentado, a jugar un juego que antes no habían jugado. De ahí el desconcierto, evidenciado con claridad en la oposición a Vázquez, en el planteo de la campaña electoral de 2009 y en la actual oposición a Mujica.
Lo que la oposición primero debe ver es si su problema es táctico, el cómo resolver lo que hace en este momento ante este gobierno, o es estratégico. Lo segunda es ver si lo estratégico es, como cree la gran mayoría de los dirigentes blancos y colorados, un tema de liderazgos y candidaturas, o como creen muchos analistas, es un tema más profundo de posicionamiento ante la sociedad, de proyecto de país, de nuevas formas y nuevos contenidos de convocatoria. Así como la oposición argentina tiene problemas de arquitectura, de procedimiento, de contenidos y de convocatorias, la oposición uruguaya debe diagnosticar dónde están sus problemas profundos, de largo aliento.