El Observador
En la relación bilateral argentino-uruguaya los presidentes de cada República son pares entre sí; los gobernadores de provincia son pares de los intendentes uruguayos, que son los jefes de gobierno del equivalente a las provincias que en esta margen oriental se denominan departamentos; y los intendentes de partido o de departamento argentino tienen como pares uruguayos a los alcaldes
Relatan las crónicas que en ocasión de la cumbre entre los presidentes de Argentina y Uruguay, participaron los intendentes del litoral uruguayo “y sus pares del litoral argentino”, entre los que se mencionaba a los de Concordia, Concepción del Uruguay y otros departamentos entrerrianos. Todo parecía una de los tantos errores periodísticos, a la luz de que tanto en Uruguay como en el mundo se expande un gran desconocimiento por parte del periodismo de las arquitecturas de gobierno. Pero hete aquí que la invitación a los intendentes de ambas márgenes del río Uruguay como pares entre sí partió del acuerdo de ambas cancillerías ¿Dónde está el error de marras?
La República Argentina cuenta con una muy clásica división horizontal del gobierno (o de la administración, que no es exactamente lo mismo, pero a estos efectos, vale) en tres niveles. Un primer nivel es el nacional. Un segundo nivel lo constituyen las provincias o distritos relativamente equiparados a provincia, cuyo único caso es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (fuera de toda duda, constituye un segundo nivel de gobierno). Una tercera subdivisión del territorio lo conforman los partidos en la provincia de Buenos Aires (vieja denominación del derecho hispánico, recuérdese que don Juan Antonio Artigas nació en el partido de Zaragoza) y los departamentos en todas las demás provincias. El jefe de gobierno de la Nación es el presidente, el jefe de gobierno de cada provincia es el gobernador, el jefe de gobierno o más bien de administración tanto de cada partido como de cada departamento, es el intendente. Para que resulte claro: el intendente en Argentina es la cabeza ejecutiva del tercer nivel de gobierno.
La República Oriental del Uruguay cuenta más o menos, en forma bastante desprolija, con la misma división clásica en tres niveles. El primer nivel es el nacional. El segundo nivel lo constituyen los departamentos. Y el tercer nivel (más o menos autónomo del segundo, que no cubre todo el territorio nacional, como sí ocurre en Argentina) son los flamantes Municipios. Como no solo es desprolija la arquitectura sino también la terminología, en uno de los más infelices textos legislativos en cuanto a léxico y lógica, en Uruguay el Municipio es el organismo del gobierno de cada departamento y el Municipio es el territorio del tercer nivel de gobierno. Para salir del galimatías que produjo el legislador, cabe usar la palabra Gobierno Departamental para referirse al segundo nivel y Municipio o Municipio strictu senso para referirse al tercer nivel de gobierno. El jefe de gobierno nacional es el presidente, el jefe de gobierno de cada departamento es el intendente y el jefe de gobierno o de administración de cada Municipio strictu senso es el alcalde.
La equivalencia en jerarquía no lo da ni el tamaño geográfico, ni el poblacional, ni el PIB. Lo da la arquitectura de gobierno de cada país y cada país es -al menos en lo protocolar- igual a otro. Por eso el presidente de los Estados Unidos de América (con su fenomenal PIB) o el de China (con su descomunal población) son protocolarmente de igual jerarquía que el presidente de esta República Oriental, pese a su escaso PIB global y a su no menos escuálida población. En la relación bilateral argentino-uruguaya los presidentes de cada República son pares entre sí; los gobernadores de provincia son pares de los intendentes uruguayos, que son los jefes de gobierno del equivalente a las provincias que en esta margen oriental se denominan departamentos; y los intendentes de partido o de departamento argentino tienen como pares uruguayos a los alcaldes. Considerar que el intendente de Concordia es el par del intendente de Salto, por ejemplo, es una minimización de la jerarquía funcional y protocolar del intendente de Salto. Lo mismo vale para todos y cada uno de los otros diecisiete intendentes del interior. ¿Y el de Montevideo? Bueno, como el departamento de Montevideo en términos reales coincide con la ciudad de Montevideo y el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires coincide con la ciudad capital federal de Argentina, siempre se estableció la paridad entre ambos. Ayuda a que hasta 1996 el jefe de gobierno de la Capital Federal tuvo el título de intendente, con lo que la simetría con el de Montevideo surgía como natural y obvia. Y con el cambio de nombre, estatuto y funciones de intendente a jefe de Gobierno, esa simetría se mantuvo.
El error respecto a Argentina muchas veces se traslada a Brasil, y se equipara por ejemplo al intendente de Rivera (jefe de gobierno de segundo nivel) con el prefeito de Santa Ana do Livramento (jefe de gobierno de tercer nivel). El par del intendente de Rivera en Brasil lo es el gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, no el prefeito de Livramento.
Todas estas líneas pueden parecer triviales, siempre y cuando no se tome en cuenta que el protocolo no es un divertimento para aburridos ni preocupación de personas fosilizadas. El protocolo es un conjunto de normas y procedimientos que cuando fallan, generan problemas, y muchas veces graves. Mediante el uso sutil del protocolo se puede inferiorizar a otro, agraviarlo o, al contrario, exaltarlo. Del protocolo y su importancia pueden derramarse ríos de tinta, baste solamente con recordar los meses que se atrasó la instalación de la Conferencia de Paz sobre Vietnam en París, cuyo obstáculo central era si se aceptaba una mesa cuadrangular como lo exigían Vietnam del Norte y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam (más conocido impropiamente como Viet Cong), o una mesa triangular a la que se aferraban los Estados Unidos y Vietnam del Sur. Un lado más o menos de la mesa no era un tema para carpinteros, sino suponía el reconocimiento como Estado del FNLV o su no reconocimiento. El ejemplo es quizás muy fuerte, pero sirve para señalar que estos temas no son nimios.