23 Oct. 2011

¡Cuidado con las renuncias!

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Cabe remarcar que Vázquez es un maestro en el arte de entrar y salir de la escena política, en la elección de los tiempos, lugares y motivos. [...]El uso reiterado del recurso, desgasta. Por primera vez las no fueron unánimes.[...]Lo que advirtió es que esta vez un mutis verdadero le es altamente riesgoso, porque las reacciones ante el anuncio de retiro público le hacen ver que tiene que medir y mucho más los pasos a dar, pues ya empezó a ser contestado desde sus propias filas, lo que hasta hace poco tiempo era absolutamente impensable.

El inefable Eduardo Víctor Haedo, singular personaje de la política nacional que protagonizó en el segundo y tercer cuarto del siglo XX, decía en sus habituales charlas de su casa puntaesteña La Azotea: “¡Cuidado con las renuncias! Son muy peligrosas. Se las pueden aceptar”. Hacía referencia a que la mar de las veces las renuncias siguen un ritual pre-establecido: alguien, por algún cuestionamiento o discrepancia, renuncia; el cuerpo que recibe la renuncia de inmediato nombra una delegación para pedir al renunciante que retire la renuncia; y el renunciante, aceptadas sus exigencias para el retiro de la renuncia, retira la renuncia. Don Eduardo Víctor hacía referencia a un peligro: que el ritual no se cumpla y en el medio alguien acepte la renuncia, y la jugada en lugar de terminar en la ganancia del renunciante termina con su exclusión del juego.

El peligro señalado por Haedo parece tener asidero en otra anécdota, que se ubica en la segunda mitad de los años cuarenta y tiene como protagonista al entonces joven dirigente del Partido Nacional Independiente Wilson Ferreira Aldunate. No hay documentación sobre la anécdota, y como se dice: se non è vero, è ben trovato. Un personaje inicia el ritual, presenta su renuncia y para sorpresa de todos Wilson habría dicho (lo cual si no es verdad, es verosímil): “No puedo hacerle el agravio a este señor de decir ‘no creo en que usted quiera renunciar; que usted hace un simple juego’, tengo que respetarlo y llegar a la conclusión que si decidió renunciar es porque tiene profundas razones para hacerlo”. Tras lo cual habría propuesto– y obligado a todos – a aceptar la renuncia.

Lo opuesto al juego de renuncias es la forma en que las usó Charles de Gaullle. En política renunció tan solo dos veces. La primera cuando abandonó la jefatura del primer gobierno de la Cuarta República, y ese abandono le significó la larga travesía del desierto político por doce años; la segunda, cuando abandonó la Presidencia de la República en su segundo mandato, y se fue para siempre.

Tabaré Vázquez recurrió una vez más al recurso de renunciar, abandonar, no aceptar. O para eliminar ataques, o para eliminar cuestionamientos, o para exigir condiciones, o para rechazar desautorizaciones. Hay cuatro instancias anteriores en que renunció o amenazó no aceptar si no se aceptaban determinadas condiciones. Ello, sin contar todas las veces en que recurrió a largas y prolongadas salidas de escena. Cabe remarcar que Vázquez es un maestro en el arte de entrar y salir de la escena política, en la elección de los tiempos, lugares y motivos. Tan solo dos líderes han tenido esa virtud en Uruguay en los últimos cincuenta años. Ese difícil arte de elegir el mutis es un arma política poderosa, más poderosa aún porque es poco común y son pocos los que la saben usar con maestría. No cabe confundir el arte del mutis con la actitud de dirigentes que en determinado momento se vieron compelidos a renunciar, y luego volvieron cuando cambiaron las condiciones, y ese recurso fue extraordinario y usado tan solo una vez en su vida política.

El primer uso conocido de la renuncia o la condición para aceptación por parte de Vázquez ocurrió en julio de 1992, cuando condicionó –ante el Partido Socialista- la aceptación de la candidatura presidencial a que se le otorgase el liderazgo de la izquierda. El segundo, a fines del año siguiente, cuando condicionó nuevamente la aceptación de la candidatura presidencial –ahora ante el Frente Amplio- a que se reestructurase la fuerza política. La tercera oportunidad es cuando se esfuma de la actividad pública hasta que se le ofrece y asume la Presidencia del Frente Amplio (diciembre de 1996). La cuarta, cuando a los nueves meses de presidir el FA, renuncia por disensos internos relacionados con la gestión municipal de Montevideo. Pero también registra un estratégico abandono de escena a comienzos de agosto de 2002, en medio del momento más duro de la crisis y luego de declaraciones - no compartidas por la dirigencia del Frente Amplio- que justificaban los saqueos a almacenes. Hace un abandono que le permite no comprometerse con ninguna de las medidas que el Frente Amplio apoyó o toleró en la salida de la crisis, para reaparecer en el marzo siguiente en línea fuertemente opositora a cuestionar el canje de deuda que permitió a Uruguay no incurrir en default.

Esta vez, puesto en falsa escuadra por declaraciones inoportunas e innecesarias, silencia las críticas con el anuncio de su salida de escena. El uso reiterado del recurso, desgasta. Por primera vez las no fueron unánimes. Por un lado hay consenso en que las falencias que exhibe el Frente Amplio con la ciudadanía y con su propio electorado, pueden subsanarse con la candidatura de Vázquez; esto es un lugar común. Pero por otro lado se vio que presenta al menos tres grandes flancos: por un lado el MPP que de la mano de Lucía Topolansky oscila entre el apoyo y el desafío; del el astorismo -más allá del apoyo dado por su líder- se exhibieron molestias con la actitud del Vázquez y hasta se valoró expedito el camino a la candidatura Astori. Y en tercer lugar, varias figuras hablaron de aprovechar el retiro de Vázquez para impulsar un proceso de recambio generacional en la conducción de la izquierda, y hasta de recambio de género.

En realidad no hay incógnita alguna sobre el retorno de Tabaré Vázquez, porque no llegó a salir de escena: dejó de hablar de temas partidarios y electorales para hablar de temas de gobierno, de su gobierno. Lo que advirtió es que esta vez un mutis verdadero le es altamente riesgoso, porque las reacciones ante el anuncio de retiro público le hacen ver que tiene que medir y mucho más los pasos a dar, pues ya empezó a ser contestado desde sus propias filas, lo que hasta hace poco tiempo era absolutamente impensable. Y ya varios han cometido el sacrilegio de estimarlo prescindible y considerar conveniente su camino al retiro. Son señales que deben atenderse.