El Observador
Los periodos de prosperidad tienen como contracara que muchos temas quedan ocultos precisamente por ese mismo bienestar. [...] Una de esas cosas es el crecimiento distanciamiento entre los políticos y la gente [...] las personas, los sectores y los partidos representan cosas diferentes y reflejan culturas políticas diferenciadas. [...] podría ser el momento de prestar atención al fenómeno, para empezar a encararlo cuando se está a tiempo.
Los periodos de prosperidad tienen como contracara que muchos temas quedan ocultos precisamente por ese mismo bienestar. Y esos temas ocultos estallan en el momento en que la prosperidad termina, o cuando la gente siente o cree que comienzan las dificultades. Es necesario no olvidar nunca que lo más difícil de soportar es el comienzo de toda caída, de toda crisis, de toda pérdida de bienestar. El primer tramo de caída es el más insoportable, y eso lo conoce bien el Uruguay cuyo periodo de mayor y más fuerte insatisfacción se da cuando viene la caída desde el techo de 1955. Luego, cuando la caída es más fuerte y sostenida, tiende a haber un cierto acostumbramiento. No se sabe este periodo de crecimiento cuánto durará, si los vientos favorables ya no soplan con esa misma fuerza y si volverán de inmediato a soplar con vigor. Lo importante es saber que en algún momento, porque así son los ciclos de la humanidad, vendrán los años de vacas flacas y allí aparecerán las cosas ocultas por las vacas gordas.
Una de esas cosas es el creciente distanciamiento entre los políticos y la gente, fenómeno nada particular del Uruguay y que afecta prácticamente sin excepción –algunas en medida mayor, otras en medida menor- a todas las poliarquías (es decir, las más o menos llamadas democracias liberales plenas o semiplenas). El discurso político está mayoritariamente sostenido en dos vertientes. Una, dominante y centro permanente de noticias, es el juego de posicionamiento personal. De ahí pues que la noticia más esperada, más aplaudida o más denostada, según le vaya a cada uno en la feria, son los números de las encuestas. Pero de los miles de números de decenas o centenar de preguntas que contiene una encuesta, hay un reduccionismo a un par de variables: la competencia entre los partidos en un hipotético escenario electoral inmediato y la competencia la interior de los partidos, especialmente la personalizada de nivel presidencial. La segunda vertiente tiene que ver con el lugar dominante que en el pronunciamiento político tienen los temas puntuales. En el país hay un escasísimo debate sobre aspectos estratégicos. Y hay dificultades para el hombre común de diferenciar verdaderamente cuánto cambia para él, o para el país, que gane un candidato u otro, o un partido u otro. En general lo que más sabe es que un partido tiene un porcentaje de adhesión mayor que el otro y que algún partido se enoja desmesuradamente porque no le gustan los porcentajes que aparecen. O que un candidato demuestra que sus adhesiones son más que las del otro, y el otro replica con algún juego donde de la galera aparecen números para demostrar lo contrario.
La vida cotidiana de la gente, los riesgos y desafíos del futuro, todos ellos pasan cada vez más por fuera de la política y de los políticos. Se da algo como que la economía y el funcionamiento social caminan por sí solos, más allá de lo que haga o deje de hacer el Estado. Esto pasa en Uruguay pero es más visible en países en crisis económica y social como España, Portugal o Italia.
Surgen pues muchas preguntas ¿Cuánto puede durar una política en que los grupos políticos se forman exclusiva o principalmente en función del carisma de la figura que lo pretenda representar? ¿Cuánto puede durar la convocatoria en las posibilidades de mayor éxito de un partido, un sector o una persona?
Lo curioso es que las personas, los sectores y los partidos representan cosas diferentes y reflejan culturas políticas diferenciadas. Pero ello está más en lo implícito que en lo explícito. Se ve más en el lenguaje de los gestos y de los hechos, que en el lenguaje de las palabras. A veces parece que los propios políticos no son capaces de trasladar al papel y a la palabra, lo que muchas veces quiere decir que no son capaces de tener conciencia racional, de cuál es su mundo, su escala de valores, el conjunto social en el cual se insertan y al cual pretenden representar. No pocas veces se ve a dirigentes políticos deslizarse con facilidad asombrosa de una punta a otro de un eje temático, solo porque cambia de referente a la luz de las posibilidades de uno y de otro.
El distanciamiento entre los elencos políticos y la ciudadanía, el electorado, la gente, no es una cosa nueva, sino un fenómeno que aparece en determinados periodos de la historia de un país. Es un fenómeno recurrente. El fenómeno se encara de manera sana cuando en primer lugar se tienen conciencia de la existencia del fenómeno, y en segundo lugar se busca contrarrestar ese fenómeno. Se encara de manera errónea cuando no se busca contrarrestarlo y mucho más errónea cuando siquiera se tiene conciencia de su existencia.
Es muy costoso para las sociedades cuando los elencos políticos descubren tardíamente su distanciamiento con la gente. Así ocurrió sin duda alguna entre mediados de los cincuenta y comienzos de los setenta (o fines de los sesenta) del siglo pasado. Como la gente votaba igual1, se daba por no existente el problema. Así fue que los elencos políticos siguieron en lo suyo, hasta que de golpe percibieron que se había gestado una formidable distancia entre ellos y el pueblo. En aquel entonces, en aquel contexto histórico, el descontento de la gente se canalizó de un lado a la búsqueda de soluciones militares y de otro lado a la búsqueda de caminos revolucionarios. Eso fue en aquel momento y en ese contexto histórico. En este momento y en este momento histórico no es del todo predecible por donde se puede canalizar el distanciamiento. En países de cultura similar al nuestro se ve que ese distanciamiento se canaliza por la anomia, el descreimiento.
Como el viento de cola con mayor o menor fuerza sigue y la prosperidad también, no hay alarma inmediata. Por eso mismo podría ser el momento de prestar atención al fenómeno, para empezar a encararlo cuando se está a tiempo.
Ver No te preocupes, chiquilín, El Observador junio 6 de 2010.