El Observador
Antes de la dimisión de Benedicto XVI, la Curia Romana jugó una última batalla para reconstruir el viejo esquema de poder político en Italia, basado en un fuerte partido católico ligado a la Santa Sede como eje de la política nacional. Cuando estaba a punto de llegar al más estruendoso fracaso, con habilidad y prudencia milenaria, restauró su neutralidad entre los grandes partidos.
AVISO A LOS NAVEGANTES: Este es un artículo de análisis político sobre temas de política y de poder; no es un análisis sobre religión.Antes de la dimisión de Benedicto XVI, la Curia Romana jugó una última batalla para reconstruir el viejo esquema de poder político en Italia, basado en un fuerte partido católico ligado a la Santa Sede como eje de la política nacional. Cuando estaba a punto de llegar al más estruendoso fracaso, con habilidad y prudencia milenaria, restauró su neutralidad entre los grandes partidos.
La relación entre Santa Sede y Estado italiano ha sido muy compleja desde la unificación del país. Pero el esquema ideal para los intereses pontificios llegó con el fin de la Guerra (1944-46) y el devenir de la Primera República Italiana (1946-1993), donde un gran partido católico (la Democrazia Cristiana) dominaba la escena política; más aún, salvo los católicos agrupados en el neofascismo, la DC encarnaba la totalidad de la representación católica enfrentado o asociado con una constelación de partidos laicos (comunista, socialista, socialdemócrata, republicano, liberal, más tarde el radical). La concentración de la conducción católica no implicó el monopolio del voto católico, buena parte del cual fue no solo al neofascismo sino en mayor medida hacia el comunismo (los catocomunistas). Fue un esquema altamente funcional a los intereses de la Iglesia, no exento de tensiones y conflictos entre la Curia Romana y la elite demócrata cristiana1. Pero viene el feroz desgaste del sistema político, el desbarranque producido por el proceso denominado Tangentopoli2, la implosión de la Democracia Cristiana y la permanente recomposición de un sistema de partidos que todavía no ha encontrado su arquitectura estable.
El catolicismo a nivel dirigente se dispersó en varias corrientes: unos confluyeron con los poscomunistas en el Partido Democrático, otros se sumaron al pragmático y eclético proyecto de Silvio Berlusconi (hombre originariamente laico, surgido de las entrañas del Partido Socialista, que decanta hacia el centro derecha), otros más se insertan en los diferentes grupos del neofascismo y el posfascismo, o en la Lega Nord, y como lo más próximo al diseño original, la Unión Democrática Cristiana y de Centro (UDC), liderada por Pierferdinando Casini. Pero en ese ventenio dominado por Berlusconi, la Curia Romana y la jerarquía eclesiástica italiana (¡vaya uno a diferenciarlas!) terminó apoyándose todo lo posible en ese hombre dominante cuyas ideas heterodoxas pero más aún su estilo de vida y sus valores personales y empresariales provocaban más que un escozor.
La idea de un gran centro católico hacía bastante tiempo que provocaba las mayores ensoñaciones de políticos y cardenales. Todo pareció llegar con el formidable giro ocurrido a fines de 2011. Con Italia al borde de la cesación de pagos y con ello el euro al borde del derrumbe, el sistema financiero internacional, Angel Merkel y Nicolas Sarkozy empujaron la caída de Berlusconi. El jefe de Estado de la República italiana, el poscomunista Giorgio Napolitano urdió un mecanismo en el borde formal de la Constitución (y sustantivamente fuera de ella), pero de alto refinamiento político: convenció a Berlusconi de apartarse, convenció a él, al pequeño centro católico y al Partido Democrático a apoyar un gobierno técnico con funciones de CTI, y para ese CTI llamó a un hombre de confianza del sistema financiero y de Goldman Sachs en particular, Mario Monti. Lo nombró senador vitalicio y por primera vez en los 65 años de República, nombró jefe de Gobierno a una persona no elegida por la ciudadanía. El gobierno Monti logró algunos resultados macroeconómicos exitosos y resultados sociales cuestionados, pero cuando ese gobierno llegó al fin de la terapia intensiva, Monti fue tentado a descender al campo de la política, llamado por la Curia Romana y el centro católico, y rompió la neutralidad política a que se comprometió. Se creyó así revivir el papel de la vieja Democracia Cristiana, con nuevas figuras y nuevos programas para un nuevo tiempo.
Tan directa fue la participación curial, que al pie del Gianicolo (irónicamente al pie del monumento a Garibaldi), en un Convento de Monjas, Monti y su staff, con un par de cardenales de primerísimo nivel elaboraron el plan político y seleccionaron los principales candidatos. El proyecto contó con dos brazos seculares formidables: Comunione e Liberazione, grupo religioso que nuclea a elites empresariales e intelectuales del mundo católico, y la Comunidad de Sant’Egidio, una organización difundida en todo el territorio de acción social y pastoral, famosa por sus obras en África. Con el Centro Derecha deshecho tras el retiro de Berlusconi, un centro izquierda estancado, un electorado cansado de los viejos políticos y la vieja política, pareció estar todo a punto para un proyecto en el que se jugaron personalmente las más altas autoridades de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal Italiana3 No estuvieron ajenos –aunque ocultos- ni el secretario de Estado Tarsizio Bertone ni el presidente de la CEI Angelo Bagnasco.
Hasta que Silvio Berlusconi renació de las cenizas. Reconstruyó el centro derecha, refidelizó al máximo exponente político de Comunione e Liberazione, el gobernador de Lombardía Roberto Formigoni, y a buena parte de la elite política de esta comunidad, recapturó una parte mayoritaria del voto católico y redujo el proyecto Monti a un lejano tercer lugar (pero que puede ser decisivo para la formación de gobierno). Así naufragó la reconstrucción del gran partido católico y de centro, auspiciado y armado desde la jerarquía curial. Cuando todo iba camino al mayor desastre (y al mayor cobro de cuentas al interior de la Curia Romana, como ocurre con toda derrota), el Cardenal Bagnasco sorprende con un mensaje a los fieles: la Iglesia no apoya lista o partido alguno en particular, sino que pide que cada católico al expresar su voto examine la conducta y los valores individuales de cada candidato. Es el retorno a la neutralidad entre los partidos. Esta batalla final se libraba cuando otras batallas internas mermaban la fuerza interior de Joseph Ratzinger.
1 Cabe referir el enfriamiento final de las relaciones entre Pio XII y Alcide De Gasperi
2 La traducción más exacta al español rioplatense sería coimápolis (ciudad o lugar de las coimas, de la corrupción).
3 Cabe referir que desde el punto de vista político está todo muy mezclado, dado que el propio Papa es el Primado de Italia y es él (y por ende con participación activa de la Curia Romana) quien designa al presidente de la Conferencia Episcopal, único caso en el mundo en que no es elegido por los obispos