05 May. 2013

De renuncias, parlamento y democracia

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Una democracia de partidos de tinte parlamentario es tal, entre otros elementos, cuando las cabezas representativas de los partidos están sentadas en el Parlamento [...] el Frente Amplio considera incompatible la Presidencia del partido con la calidad de senador y obligó a la senadora y presidente del Frente Amplio a renunciar al Senado. Esta incompatibilidad lleva a dos preguntas: ¿cuál es el papel que se asigna al parlamento? ¿y cuál es el papel, para que está, el partido político?

Uruguay es una democracia de partidos, es decir, una democracia representativa en la cual los partidos políticos ejercen el papel de representación de la sociedad; esa democracia de partidos se complementa con la existencia de institutos de democracia directa, que ponen límites al ejercicio de la representación. En una democracia de partidos puede sostenerse que la democracia es tan fuerte como lo sean los partidos políticos, o tan débil como sean débiles los partidos componentes. Una democracia plena de partidos requiere además de un fuerte rol del parlamento, lugar natural de expresión de los partidos en el funcionamiento regular del sistema político.

Una democracia de partidos de tinte parlamentario es tal, entre otros elementos, cuando las cabezas representativas de los partidos están sentadas en el Parlamento, o cuando corresponde a situaciones excepcionales que esas cabezas no están sentadas allí. Algunos líderes han rehuido el Parlamento, como Liber Seregni, Tabaré Vázquez, Jorge Pacheco Areco (después que llegó a la Presidencia y al liderazgo). Otros estuvieron de manera intermitente, como Jorge Batlle. Dos de los últimos cuatro ex presidentes optaron por buscar sentarse en el Senado después de haber portado la banda presidencial: Sanguinetti y Lacalle.

En el Parlamento, especialmente en el Senado, se sientan los líderes de todas las fracciones nacionalistas y coloradas, y de casi todas las fracciones frenteamplistas. No está el presidente del Partido Independiente contra su voluntad, porque los votos no alcanzaron a ese partido para acceder a la cámara alta. Y todavía está sentada la presidente del Frente Amplio.

Ahora bien, el Frente Amplio considera incompatible la Presidencia del partido con la calidad de senador y obligó a la senadora y presidente del Frente Amplio a renunciar al Senado. Esta incompatibilidad lleva a dos preguntas: ¿cuál es el papel que se asigna al parlamento? ¿y cuál es el papel, para que está, el partido político? De la decisión surgen varios aromas que cuesta saber cuál predomina. Uno es el de cierta minusvaloración de la función parlamentaria, lo que va de suyo es una minusvaloración de la democracia de partidos, lo cual no es nada nuevo en determinadas corrientes de la izquierda uruguaya. Otro aroma es de ver al partido con una función diferente a la de representación de la ciudadanía como globalidad y en cambio verlo más como expresión movilizatoria de segmentos militantes. Una cosa es un partido de parlamento y otra cosa un partido en la calle, aunque en este despuntar del Tercer Milenio la calle que llenan los militantes no cubren ni cerca una manzana, cada vez más se asemejan a partidos de vereda más que de calle.

También aparece un tema funcional al cargo de presidente del Frente Amplio. Porque la decisión conlleva a alejar a la presidente frenteamplista del trato normal y cotidiano con las figuras de los otros partidos, y aún con los líderes y dirigentes de las fracciones de su propio partido. Fuera del Palacio Legislativo y encerrada en una sede partidaria, no hay dudas que se le recorta el funcionamiento político. Una conversación entre la presidente del Frente Amplio y el presidente del Partido Nacional, por ejemplo, no va surgir del cruce casual en el ambulatorio senatorial sino de una entrevista previamente concertada. Por tanto, corresponde elegir el momento, el lugar, el modo y la agenda de la entrevista. No es el producto del diálogo fluido y cotidiano. Entonces, o ese diálogo disminuye, o se realiza por interpósitas personas. Guste o no, algo cruje, más bien cruje el papel político de la cabeza del partido. Porque qué otra razón puede haber para que la o el presidente del Frente Amplio tengan que renunciar al Parlamento, si no es que se ve la presidencia del partido como una especie de secretaría de organización, de cabeza de aparato, pero no de verdadero rol político. Si el papel que se asigna a un partido es el de aparato militante, también algo cruje, al menos en la concepción de una democracia de partidos.

Pero hay otros crujidos. Cada senador representa promedialmente a 75 mil electores. En el caso de marras, de los elegidos por La 90 (dichos en términos caseros), recibieron cada uno de los dos el respaldo directo de más de 80 mil personas. Que además los votaron para que se sentaran en la cámara alta, dicho sea de paso. Al Frente Amplio lo votaron circa 1.100.000 ciudadanos. A los representantes sectoriales que componen la dirigencia del Frente Amplio (y que al parecer en su abrumadora mayoría estaban en contra de la renuncia de la presidente) los votaron 170 mil personas. Es decir, la totalidad de los dirigentes sectoriales que se sientan en el Plenario Nacional y la Mesa Política del Frente Amplio representan lo mismo que 2 senadores, si se quiere un poquitito más, pero mucho menos que 3 senadores. A los delegados de base, al parecer responsables últimos de la decisión, los votaron poco más de 30.000 afiliados al Frente Amplio. Como quien dice, todos sumados pueden ocupar la mitad de la banca de senador.

Dicho de otra manera, la opinión de cada afiliado que votó a un llamado “delegado de base” (terminología errónea) vale 5 veces más que la de los afiliados frenteamplistas que votaron a los representantes sectoriales en la estructura del partido. Y vale por encima 30 veces más que la opinión del simple votante de la calle, el que a fines de octubre va a las urnas a expresar su preferencia por el Frente Amplio. Cruje la política y cruje la aritmética. Todos los crujidos juntos hacen crujir cierta visión de la democracia.

Como faltaban pocas cosas, se agrega el problema de equidad de género: sin que ocurriese ningún accidente natural, el Frente Amplio resuelve disminuir de forma deliberada la representación femenina en el Senado, la cual ya además había bajado por un hecho inevitable de la vida.