El Observador
Hace algunos siglos, en Occidente, se fundamentó como axioma que las mujeres no tenían alma. Luego se debilitó algo el axioma: alma tienen pero no inteligencia. Después, otro paso: tienen inteligencia, pero diferente a la del hombre, que no les permite captar los hondos problemas que supone la conducción del país. Esta exclusión axiomática fue más patente cuando se avanzó derriban importantes barreras al voto, como la tenencia de propiedad o renta, o la exigencia de saber leer y escribir. Pero esas barreras se derribaron solo para el sexo masculino.
Hace algunos siglos, en Occidente, se fundamentó como axioma que las mujeres no tenían alma. Luego se debilitó algo el axioma: alma tienen pero no inteligencia. Después, otro paso: tienen inteligencia, pero diferente a la del hombre, que no les permite captar los hondos problemas que supone la conducción del país. Esta exclusión axiomática fue más patente cuando se derriban importantes barreras al voto, como la tenencia de propiedad o renta, o la exigencia de saber leer y escribir. Pero esas barreras se derribaron solo para el sexo masculino. Durante todo el siglo XIX y en buena parte del siglo XX, sufragio universal quiso decir que todos los hombres (del sexo masculino) tienen por igual derecho al voto, pero no todas las personas (las mujeres, no). A fines del siglo XIX Nueva Zelanda otorga a las mujeres el derecho activo al sufragio (el voto) pero no el derecho pasivo (poder ser candidatas). Es en la primera década del siglo XX que un estado soberano otorga el derecho pleno activo y pasivo, Finlandia. Por estas latitudes, Uruguay prueba el voto activo en los años veinte en un singular plebiscito en Cerro Chato, pero como Estado consagra el voto activo y pasivo en 1932 y lo aplica desde 1938.
El derecho al voto pasivo, a las candidaturas, jurídicamente existe desde 1938. Pero la presencia femenina fue normalmente baja: 1 o 2 senadoras, o a veces ninguna; 1, 2 o 3 diputadas, a veces ninguna. Es desde la restauración institucional que se produce un gran empuje de candidaturas femeninas, hasta que finalmente se aprobó la cuota rosa que se aplica por primera vez en estas elecciones para ambas cámaras parlamentarias. Hace casi tres lustros, el 8 de marzo de 2000, las frenteamplistas Margarita Percovich y Mónica Xavier, la nacionalista Beatriz Argimón y la entonces colorada Glenda Rondán impulsaron la creación de la Bancada Bicameral Femenina, con el propósito de dar voz unificada al papel de la mujer en política y especialmente en el parlamento.
La cuota rosa tiene un problema. Al aplicarse sobre un sistema electoral altamente complejo, solo obliga a la elección de una mujer en listas de candidatos que obtengan al menos 3 bancas o múltiplo de 3. En las últimas elecciones en el Senado esa exigencia la cubrieron 5 listas: 2 en el Frente Amplio, 2 en el Partido Nacional y 1 en el Partido Colorado. En la Cámara de Diputados solo es posible la existencia de listas con al menos 3 bancas en Montevideo y eventualmente Canelones. En la última elección solo obtuvieron más de 3 bancas, 7 listas: 4 en el Frente Amplio, 2 en el Partido Nacional y 1 en el Partido Colorado. La cuota es de un tercio, pero no el resultado posible: la combinación de la cuota de 1 cada 3 candidatos, con el múltiple voto simultáneo y la adjudicación de las bancas de diputado por departamento, hace que lo más que se puede llegar es a la mitad de ese tercio; no más. Esta es la gran distancia que hay entre el propósito y los resultados.
Pero además los movimientos que impulsaron la cuota rosa pusieron todo su acento en la cuota parlamentaria y no avanzaron a reclamar cuota en el gabinete ministerial, los entes autónomos y servicios descentralizados o los cargos de confianza. Porque allí no juega la aleatoriedad de los votos, y si hay que designar 5 mujeres como ministro, son 5 sin posibilidad alguna de excepción. Pero esto no fue impulsado. Allí la limitante no partió de la resistencia de las elites masculinas del sistema político, sino de los propios motores de la participación femenina.
Un tema no menor es que en Uruguay no ha habido nunca una mujer en fórmula presidencial o listas al Consejo Nacional (cuando el Poder Ejecutivo era colegiado) con posibilidades ciertas de competitividad. Se esperaba con alguna razonabilidad que el quiebre ocurriese en estas elecciones, y existía la convicción de que sí o sí el Frente Amplio llevaba una candidata mujer a vicepresidente de la República, en fórmula con Tabaré Vázquez. Contra todo pronóstico, el Frente Amplio se abroqueló en la tradición masculinista y -para el que no quiere sopa, dos platos- con un candidato presidencial y un candidato vicepresidencial ambos opuestos a la despenalización del aborto, que impulsara y convirtiera en ley el propio Frente Amplio, con el apoyo del ala socialdemócrata del Partido Independiente. Corrieron durante meses los nombres de Mónica Xavier y Lucía Topolansky, presidente del Frente Amplio una, primera sucesora a presidente del Senado y segunda en la sucesión presidencial la otra . Luego aparece el nombre de la ex-ministro Marina Arismendi. Y en la rosa de nombres manejada se barajaron los de Carolina Cosse, Liliam Kechichiián, María Julia Muñoz, Daniela Payssé, Ivonne Passada. Ademas de la otra precandidata presidencial Constanza Moreira. Y había otros más en posible danza. El manejo de nueve nombres demuestra que el descarte de una mujer para la candidatura vicepresidencial nada tuvo que ver con la falta de posibles candidatas, sino con una decisión explícita de no romper los límites de la tradición masculina. El Frente Amplio a priori aparecía como el partido político más consustanciado, o donde hay una mayor militancia, en favor de la igualdad de la mujer en todos los planos, incluido el voto pasivo, es decir, el derecho a la candidatura. No fue así. Y un hecho ruidoso fue el silencio de los movimientos feministas ante esta exclusión de género.
El Partido Nacional manejó lateralmente alguna posibilidad, pero quedó prisionero de la lógica que la fórmula presidencial debe ser el producto de los liderazgos de las dos grandes corrientes, que prácticamente empataron el mes pasado (8,5% del electorado total una, 7,1% la otra). Tiene abierta la posibilidad el Partido Colorado, es el único de los tres que podría dar este paso revolucionario en la política uruguaya, o consagrar el mantenimiento monolítico de la tradición masculina. Si llega a romper la tradición, sin duda va a generar mucho ruido y va a crear muchas complicaciones dentro del Frente Amplio. Si no, Uruguay sigue en el conservadurismo de género. En la praxis, las mujeres no tienen voto pasivo presidencial.