El Observador
El fracaso del Mercosur es esencialmente el fracaso de Brasil en su capacidad de liderar un gran bloque […] (es a la vez su) fracaso en poder adquirir en tiempos rápidos el status de potencia […] Creyó haberlo logrado al despegarse del Mercosur y formar parte de los BRICS […] Brasil tiene dos posibles posicionamientos respecto al Mercosur. Uno es el que a muchos parece obvio: defender sus intereses inmediatos […] El otro difiere sustancialmente y coincide con la vocación de ser potencia
Nadie logra un liderazgo si no quiere pagar los costos de un liderazgo
Una vez más a lo largo de un cuarto de siglo, el Mercosur se encuentra en un periodo de incertidumbre sobre su futuro, lo que supone un fracaso, al menos en cuanto a las expectativas puestas originalmente tanto por el Uruguay como por los uruguayos: gobierno, empresas, trabajadores, ciudadanos. Y el fracaso del Mercosur es esencialmente el fracaso de Brasil en su capacidad de liderar un gran bloque económico con vistas a ser un bloque político, el cuarto a escala mundial; y consecuentemente el fracaso de Brasil en poder adquirir en tiempos rápidos el status de potencia. Creyó haberlo logrado al despegarse del Mercosur y formar parte de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), hasta el derrumbe de los BRICS.
Por supuesto que influyó y no poco Argentina, pero ésta se descalabra y se reactiva ciclicamente, y sus impactos sobre el Mercosur en su conjunto existen, pero son secundarios.
Brasil tiene dos posibles posicionamientos respecto a un proyecto como el Mercosur. Uno de ellos es el que a muchos observadores parece obvio: defender sus intereses inmediatos, los de las empresas y las fuentes de trabajo de los grandes centros regionales, los de San Pablo, Minas Gerais, los tres estados del Sur y los varios polos de desarrollo en el centro y el norte del país. En pos de esa defensa de intereses empresarios y laborales es que desarrolló una política de cumplimiento intermitente de los compromisos del Mercosur: frenar la entrada de productos por trabas burocráticas puestas en apariencia por burócratas de frontera, por trabas sanitarias puestas por celosos burócratas sanitarios, por trabas judiciales emanadas de ignotos jueces de pequeños municipios, hasta llegar a proponer lisa y llanamente el establecimiento de cuotas a las importaciones que no le convienen a sus propias industrias o productores. Así, primero sin violar en forma explícita ningún acuerdo, luego con violación explícita al menos del espíritu mercosureño, dio al mundo la señal necesaria: invertir en Uruguay, Paraguay o incluso Argentina, en inversiones productivas, en proyectos de largo aliento, es un alto riesgo, pues los productos pueden quedar una y otra vez frenados en su entrada al gran mercado consumidor brasileño, o quedar cuotificados; más vale invertir, quizás en condiciones inferiores, en un mercado grande y seguro. Brasil se aseguró el monopolio de las inversiones en la región, a cambio de resquebrajar la región como bloque. Y por las dudas alguna que otra vez rompió por sí solo los equilibrios macroeconómicos de la región. Quienes piensan que esta política de Brasil es la única posible, consideran que Uruguay pecó de ingenuidad al apostar todos los boletos al Mercosur.
El otro posible posicionamiento difiere sustancialmente del anterior y coincide con la vocación que Brasil exhibe desde su mismo nacimiento: ser potencia. No olvidar que es el único país de América que se independiza al revés: es la colonia que expulsa a la metrópolis y se proclama Imperio, como producto de un golpe de palacio y un parricidio dinástico. Su vocación imperial no cambió porque haya pasado de la monarquía a la república, así como es uno de los pocos países del mundo cuya consistencia en política exterior traspasa los siglos, aunque se ha deteriorado en los últimos lustros al compás del deterioro de Itamaraty. El destino de Brasil como líder político y económico de los países del sur, en un papel similar al cumplido por Francia y Alemania en Europa, calza perfectamente con su constante vocación de ocupar una primera fila en los destinos del mundo. Para tal destino manifiesto requiere una visión estratégica profunda, de largo aliento, que se lo proporcionaban Itamaraty y los centros de estudios superiores militares, ambos hoy erosionados; pero necesita no solo revivir esos centros de planificación estratégica, sino además contar con un poder central firme y de un liderazgo político, personal o institucional, a escala nacional.
Pero necesita además entender que no hay liderazgo sin asumir los costos de un liderazgo. Solo hay dominio sin costos sobre una región como imposición; liderazgo implica consenso de los liderados y ello implica asumir costos. No hay liderazgos sin costos. Esta es una lección que jamás entendió Brasil. Ni el Brasil del PMDB, ni el del PSDB ni el del PT.
Sin duda un paso importante para el anhelo de Brasil, en forma sólida, fue la expectativa de creación del primer gran bloque económico mundial entre la Unión Europea y el Mercosur. Esa expectativa se esfumó y algo revive, apenas revive, con la posibilidad de un Tratado de Libre Comercio entre ambos bloques. Es un proyecto que hubiese posicionado a Brasil mucho más fuerte que en el fracasado proyecto de los BRICS, endeble por naturaleza.
El fracaso del Mercosur es el fracaso del gran proyecto de Brasil, por la falta o el fracaso de un liderazgo nacional. Quizás lo hubiese podido consolidar Fernando Henrique Cardoso, pero perdió ante el peso de los feudos regionales coaligados, de los feudos de empresarios, políticos y sindicalistas que impusieron la ganancia inmediata a costa de la pérdida del gran sueño centenario. Quizás lo hubiesen podido consolidar Lula y Dilma, pero se perdieron en la ensoñación de ser una potencia por sí misma, o serlo coco a codo con Rusia, China e India. Como además el uno y los otros se extraviaron en la búsqueda de un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por sí solo, sin representar a nadie más que a sí mismo, en lucha consociada con Alemania, Japón y de nuevo India.
Es muy difícil que el Mercosur vuelva a ser lo que se soñó, que el acuerdo con la Unión Europea sea algo más que un tratado más de libre comercio (como se soñó en 1995), mientras Brasil no entienda cuál es su lugar en el mundo, cuál es el liderazgo a que tiene derecho y cuáles son los costos que debe asumir para tener de manera sólida y reconocida ese liderazgo.