El Observador
Uno de los diagnósticos … lleva a la conclusión de la absoluta inevitabilidad de derrota presidencial del Frente Amplio, por consiguiente el triunfo inexorable de la oposición (y) que tan inexorable como la pérdida de la Presidencia de la República por el Frente Amplio es su obtención por el Partido Nacional […] El otro diagnóstico es que el Frente Amplio no necesariamente pierde; (y) que la oposición no de izquierda- trabajen juntas en la elaboración de una agenda de soluciones a problemas críticos y fundamentales del país, que además genere ilusión.
La oposición se halla en una bifurcación de caminos y de expectativas
La oposición se encuentra en la confrontación de dos diagnósticos opuestos. Y como es obvio, cada diagnóstico indica un camino diferente. De donde se encuentra en el dilema de qué hace, con el riesgo de ir una parte por un camino y otra parte por otro camino. Al hablar de oposición, se comprende a la oposición que va desde el centro hacia la derecha, conformada en principio por los dos partidos tradicionales (Partido Nacional, Partido Colorado); aunque podría abarcar en forma más amplia tanto al Partido de la Gente como al Partido Independiente. Hay otra oposición muy diferente y opuesta, de izquierda, en la que cabe incluir a Unidad Popular (UP) y al Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI). Por comodidad analítica las reflexiones se centran en la versión menos amplia, es decir al conjunto de ambos partidos tradicionales, a lo que como lenguaje operativo cabe denominar Oposición Tradicional.
Antes de desarrollar los dos diagnósticos, corresponde precisar de qué se habla cuando se dice “el Frente Amplio gana” o “el Frente Amplio pierde”. Porque una cosa es si se refiere a la conservación plena o parcial de mayoría parlamentaria, y otra diferencia al mantenimiento de la titularidad de la Presidencia de la República. A veces se usa la expresión “el Frente Amplio conserva el gobierno” o “pierde el gobierno”, lo cual es muy impreciso, porque El Gobierno surge -en un régimen que no es presidencial ni parlamentario como el uruguayo, sino semipresidencial o semiparlamentario- por un lado de la tenencia de la Presidencia de la República y por otro lado por la tenencia o construcción de mayoría parlamentaria. Este análisis se va a centrar en un único punto: si el Frente Amplio conserva o la oposición lo desplaza de la Presidencia de la República. Como se sabe, en el esquema de casi total probabilidad, eso se resuelve el 24 de noviembre, en el balotaje presidencial.
Uno de los diagnósticos surge de la observación de los discursos y análisis de una parte significativa de exponentes que sustentan la candidatura de Luis Lacalle Pou, es decir, reflejan en cierto modo el pensamiento del sector mayoritario del principal partido opositor. Este diagnóstico es también percibible en muchos análisis y comentarios de periodistas, columnistas y analistas. Se plasma en la presentación de algunas encuestas en que se confrontan los votos del Frente Amplio con los votos de ambos partidos tradicionales, y también con la adición del partido de la Gente y del Partido Independiente. Esa forma de presentación y análisis concurrentes llevan a la conclusión de la absoluta inevitabilidad de derrota presidencial del Frente Amplio, por consiguiente el triunfo inexorable de la oposición. Pero este diagnóstico es continuado por un segundo aserto: que entre el Frente Amplio y el Partido Nacional se va a dar una competencia cerrada, cabeza a cabeza. Como ocurre con frecuencia, una competencia que transcurra cabeza a cabeza no necesariamente quiere decir que termine cabeza a cabeza; lo que importa es el inicio y el desarrollo de la carrera. Bien, si el Frente Amplio va inexorablemente a la derrota y el Partido Nacional compite al menos de igual a igual, el corolario es que tan inexorable como la pérdida de la Presidencia de la República por el Frente Amplio es su obtención por el Partido Nacional, y a la luz de las cifras internas, confirmadas por auto valoraciones, lleva también a la inexorabilidad de la banda presidencial puesta sobre el pecho de Luis Lacalle Pou. Si este es el diagnóstico, la estrategia obvia es la de carrera en solitario, sin agravios a una oposición a la cual se puede llegar a necesitar al año siguiente para lograr de manera permanente o puntual mayorías en las cámaras. De donde, no solo no es malo, sino que es conducente a esta estrategia que no aparezcan con gran crecimiento ni el Partido Colorado, ni mucho menos el Partido Independiente y el Partido de la Gente.
El otro diagnóstico fue expuesto por Jorge Larrañaga el año pasado, y replanteado y desarrollado por Julio Ma. Sanguinetti el 28 de mayo en su encuentro con los dos principales líderes nacionalistas Luis Lacalle Pou y el mismo Larrañaga. Aparece teorizado-objeto de la columna del sábado pasado- por el historiador Daniel Corbo. Se resume en cinco elementos. El primero es que el Frente Amplio no necesariamente pierde; y hay una variante que agrega: lo más probable es que, si mañana hubiera elecciones, volvería ganar. Lo segundo es que para que el Frente Amplio pierda la Oposición Tradicional -como mínimo, o toda la oposición no de izquierda- trabajen juntas en la elaboración de una agenda de soluciones a problemas críticos y fundamentales del país, que además genere ilusión. Consecuentemente, tercer elemento, se construya una alternativa de gobierno previo a las elecciones nacionales del 27 de octubre. Cuarto elemento, se asegure gobernabilidad. Y quinto elemento, como corolario, el apoyo al candidato tradicional que llegue al balotaje sea la consecuencia natural de la construcción de esa coalición de gobierno, como candidato común de esa coalición futura de gobierno.
La diferencia en esos dos diagnósticos no es nada menor. Y en optar por uno u otro puede ser fundamental para la oposición.