El Observador
Un partido oficialista sin mayoría tiene ante sí cinco opciones: la conformación de una sólida coalición de gobierno; la búsqueda del apoyo de sectores de los otros partidos; gobernar sin mayoría parlamentaria propia pero con una mayoría legislativa sólida; gobernar sin mayoría parlamentaria propia y … navegar en la búsqueda de apoyos legislativos puntuales; equivocarse en el diagnóstico sistémico y arremeter con el peso presidencial.
Todos los indicadores de intención o estimación de voto son contestes en señalar que ningún partido político obtendría mayoría parlamentaria propia en la próxima Legislatura. Va de suyo que el Frente Amplio —que no cuenta con aliados naturales— quedaría a una distancia de una banca según los optimistas, y de tres bancas según lo menos optimistas, en la rama alta. Pero inclusive que los partidos tradicionales en conjunto tendrían una importante cantidad de probabilidades de quedar a una banca por debajo de esa barrera senatorial. Y como se sabe, la cámara alta, por tener niveles más elevados de ingreso a la misma, tiende a reducir el número de partidos representados; de donde, es más fácil acercarse a la mayoría en esa cámara que en la rama baja. Lo que es claro, es que el mayor de los partidos tradicionales por sí solo va a quedar a unas cuantas bancas de esa mayoría.
Un partido oficialista sin mayoría tiene ante sí cinco opciones. Una, la más coherente con el sistema de gobierno semipresidencial de Uruguay, es la conformación de una sólida coalición de gobierno entre al menos dos partidos políticos. Dos, de alto riesgo y potenciales elevados costos, ir a la búsqueda del apoyo de sectores de los otros partidos, lo que implica entrometerse en la problemática interna de algún otro partido a los efectos de generar una ruptura. Tres, gobernar sin mayoría parlamentaria propia pero con una mayoría legislativa sólida. Cuatro, gobernar sin mayoría parlamentaria propia y sin que se le conforme una mayoría parlamentaria hostil, y navegar en la búsqueda de apoyos legislativos puntuales, especialmente para la aprobación de las leyes presupuestales. Cinco, equivocarse en el diagnóstico sistémico, creer que se está en un régimen presidencial puro, mirar ejemplos de países latinoamericanos, y arremeter con el peso presidencial, y arriesgar hasta dónde puedan llegar los tiros.
El Frente Amplio carece de tradición de coalición y la forma en que habla el candidato y la dirigencia en general hace pensar en ausencia de cultura de coalición. Los elencos que se anuncian hacen ver que se piensa en un gobierno monopartidario. Pero además, a diferencia de ambos partidos tradicionales y de Mujica, y al igual que Vázquez, Daniel Martínez como presidente carecería de un fuerte apoyo parlamentario propio, que le respondiese directamente a él. La gran mayoría de esa potencial bancada oficialista respondería a José Mujica, a Oscar Andrade y algo más cercano, a Danilo Astori. Sin embargo, los elencos que se anuncian y las propuestas que se formulan hacen pensar en un gobierno conformado con personas de confianza directa del presidente. Con lo que el escenario que se avizora es doblemente complejo: sin mayoría en cuanto partido, con escaso apoyo parlamentario en cuanto partido, sin vocación de coalición entre partidos, sin claridad de entendimientos al interior del partido.
Los partidos tradicionales cuentan con al menos cuatro experiencias recientes de coalición o formas de entendimiento con cierta similitud a una coalición, los cuatro sucesivos gobiernos de la restauración institucional. De todo ellos, solamente una bajo la jefatura de gobierno de un blanco y tres bajo la jefatura de gobierno de un colorado. Con lo que para el Partido Nacional la experiencia existe pero es escasa. Por lo que se anuncia y se observa, por allí existe la idea de un partido dominante que prevalece en el ejercicio del gobierno, con la ayuda de otro partido que cumpla la función de rueda complementaria. Que coadyuva pero no gobierna. Aquí también se avizora un panorama que si bien es menos complejo que el que puede tener el Frente Amplio, es mucho más complejo que el que ven los propios. Existe una disonancia discursiva en la claridad con que se manifiesta la conveniencia de una coalición, con expresa mención del Partido Colorado y el Partido Independiente como socios necesarios, y por otro el anuncio público de elencos y propuestas, pero mucho más importante, la formulación privada a los suyos de ofrecimientos para cargos ministeriales.
Una diferencia importante es que en el Partido Nacional han participado todas las corrientes en la elaboración de la nueva agenda, mientras que en el Frente Amplio los sectores mayoritarios no solo han sido excluidos, sino que han hecho oír sus voces para manifestar su exclusión. El Frente Amplio no tiene experiencia en gobiernos de coalición. El Partido Nacional tiene experiencia, escasa como socio mayoritario y nutrida como socio minoritario; pero que se sepa o se intuya, quienes pueden aportar experiencias están fuera de los ámbitos de consulta. Aquí el Partido Colorado se diferencia en que, más allá de chisporroteos iniciales en el primer cuatrimestre del año, se ha producido una cooperación funcional entre quien porta la antorcha y quien aporta la experiencia.
Sí resulta claro que una cosa es la campaña electoral de esta etapa, otra los efectos que van a generar los resultados del 27 de octubre, otra las cosas que se digan y hagan en esa segunda etapa, otra más los efectos que generarán los resultados del 24 de noviembre. Pero no es fácil cambiar el vector cuando se camina en una dirección y los sucesivos impactos indican la necesidad de hacer giros o al menos ajustes. A veces es más prudente avizorar los diferentes escenarios futuros. También parece que en el Frente Amplio hay temor de perder, pero no se internaliza la probabilidad de un escenario de derrota. En el Partido Nacional recién aparecen dudas en la convicción del triunfo ineluctable, pero está muy lejos de internalizarse esa eventualidad. Si bien es cierto que cuanto menos dudas hayas es mejor para la fe que los candidatos necesitan, no es del todo bueno basar esa fe en negaciones de posibles realidades, de escenarios que más probables o menos probables, son posibles.