01 Ago. 2020

Un periplo breve y extraño

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Queda lejos de la Presidencia de la República, pero con buenas cartas en su mano: tiene la mayoría del Partido Colorado y arranca la carrera hacia 2024 sin competidores a la vista; su sector de Ciudadanos para la conformación de la mayoría parlamentaria. Juega con la mano llena de ases […] abre el camino a ganar mucho poder, pero no elige bien ni la forma ni los tiempos. Y se va del todo, tan solo cinco meses de ejercicio político.

Talvi: tan solo cinco meses tras largos años de cuidadosa preparación

No es fácil saber cuándo Ernesto Talvi decidió que quería ser presidente de la República. Lo que se sabe es que no fue un acto impulsivo, sino que hubo una muy larga y minuciosa preparación. Visto el final, también parece que nunca habría decidido ser político, ocupar cargos políticos, sino ser presidente. En todo caso, como escalón previo y no querido, ministro de un Ministerio importante y rutilante: Economía, Relaciones Exteriores, Educación.

En un político de raza –concepto en desuso- la vocación por la política viene con el biberón o en los años tempranos de formación. Se lo ve siempre en algo, muchas veces en actividades estudiantiles o en tareas políticas menores (desde el ensobrado de listas a una pegatina), y se intuye por dónde quiere ir. Es muy probable que más de una vez haya tenido la ensoñación de vestir la banda presidencial, pero en sustancia lo primero es la política como vocación; después se verá hasta dónde se llega.

En los que llegan tarde y desde arriba a la política, en plena adultez, en torno a la cuarentena o la cincuentena, con la base de una actividad profesional o académica exitosa, lo que despierta el interés es el virus de la presidencialidad. A veces ese virus asoma desde mucho tiempo, cada tanto aparece el “¿y por qué no yo?” Hasta que llega el momento en que las puertas se abren solas, o el protagonista las busca y empuja. Y da el salto. Un salto que casi sin excepciones presenta los bamboleos propios del que siendo grande aprende a andar en bicicleta. Y además, con pocas excepciones, que las hay, viene acompañado de la percepción de que el mundo lo está esperando. Así como hay un antes y después de José Pedro Varela, un antes y un después de José Batlle y Ordóñez, habrá un antes y después del protagonista.

Talvi llega a la función pública de la mano del economista y pensador Ramón Díaz, presidente del Banco Central en los inicios del gobierno de Luis Alberto Lacalle de Herrera. Actúa a lo largo de la primera mitad de los años noventa, con alguna interrupción. Desde comienzos de 1997 se centrará en liderar un importante think tank, en el que mes a mes será el centro de las conferencias. Durante muchos años el centro de las investigaciones y exposiciones lo fue la economía. Pero hace ya algunos años hubo un destello de que algo iba a cambiar: se centró en la política.

La precandidatura se empieza a gestar cuando a impulsos de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios y de muchos centros comerciales del interior, realiza en un par de años 38 “Encuentros Ciudadanos” en que expone su proyecto de profunda reforma educativa. Un detalle significativo es el grado de seducción que siempre logró en todos sus auditorios.

Todo ello, capacidad de seducción, 20 años de exposición mediática, los Encuentros Ciudadanos, un importante apoyo comunicacional, un relevante sostén financiero proveniente de o recolectado por grandes estudios jurídico-económicos, directivos de la banca, de la zona franca, del alto mundo empresarial, constituyeron las bases de creación del presidenciable. Ese apoyo es dado al que en más de dos décadas proclama el liberalismo económico (el modelo chileno) y el liberalismo educativo (la desestatización de la gestión de la educación pública).

Su campaña electoral arranca con una postura de ajenidad a la política expresada en una bandera multicolor, la ausencia de mención al Batllismo, la identificación con el fenómeno político ascendente en España de “Ciudadanos” (una opción de centro derecha, construida en base a las élites empresariales y profesionales, con fuerte apelación a lo ético y a la renovación de la política, también al liberalismo político, todo ello acuñado en una definición ideológica: liberal progresismo) Al avanzar la campaña y con cierta dificultad de despegue, da un giro (la identificación con lo colorado) y agrega un par de complementos: el liberalismo cultural (apoyo a la nueva agenda de derechos) y el liberalismo filosófico (su definición de agnóstico). Y con ese liberalismo integral u omnicomprensivo, más su personalidad fresca, su distancia de la política, seduce a un segmento de público joven (menor a 30 años), de clase social media alta (en Montevideo, esos jóvenes de la costa). Logra un sorpresivo triunfo en la interna colorada (vence al invencible Sanguinetti) y despunta un fuerte crecimiento en las encuestas.

Por aquí empieza lo curioso, los límites que impone la estructura de su personalidad: en pleno ascenso interrumpe la campaña electoral por algo más de un par de semanas; invoca un malestar físico menor. Y retorna otro personaje: menos luchador, más intolerante con los demás líderes, partidos y sectores, con más énfasis en la agenda económico liberal. En dos meses pierde la tercera parte de las adhesiones.

Queda lejos de la Presidencia de la República, pero con buenas cartas en su mano: Por un lado tiene la mayoría del Partido Colorado, 10 de sus 17 legisladores, y arranca la carrera hacia 2024 - hasta por razones biológicas- sin competidores a la vista. Por otro lado, su sector de Ciudadanos –tan solo él y sin nadie más- es decisivo para la conformación de la mayoría parlamentaria. Juega con la mano llena de ases. Además, en esa nube política que ha sido la pandemia, la Cancillería le dio una imagen espectacular como el gran repatriador de uruguayos y protector de los confinados en el crucero Greg Mortimer.

Sin embargo, no logra articular la contradicción entre socio decisivo y de igual a igual con el presidente y su calidad de subordinado que impone el presidente con su visión hiperpresidencialista. Dice que se va, abre el camino a ganar mucho poder y condicionar al gobierno, pero no elige bien ni la forma ni los tiempos. Y se va del todo, tan solo cinco meses de ejercicio político. Deja a los suyos a la intemperie, a sus votantes en la perplejidad y muchos interrogantes. Con ello, deja también mucha tela para seguir cortando.