El Observador
El 1° de junio del año que viene se realizarán en Uruguay por cuarta vez las mal llamadas “elecciones internas de los partidos políticos”, que no son “internas” sino generales. El tema no es solo técnico o jurídico, sino que tiene mucho que ver con la forma en que muchas dirigencias políticas ven el proceso y cómo encaran la captación de votos.
El 1° de junio del año que viene se realizarán en Uruguay por cuarta vez las mal llamadas “elecciones internas de los partidos políticos”, que no son “internas” sino generales. El tema no es solo técnico o jurídico, sino que tiene mucho que ver con la forma en que muchas dirigencias políticas ven el proceso y cómo encaran la captación de votos.
Conviene pues, empezar por el principio. Y el principio es que no son elecciones internas, en el sentido clásico de elecciones que se realizan al interior de un partido político, donde el electorado se conforma con los afiliados o simpatizantes de ese partido. En esa definición, internas son las elecciones que realizó el Frente Amplio en mayo del año pasado, de las cuales resultaron elegidos su Plenario Nacional y la presidente del partido oficialista.
Las elecciones del junio venidero son elecciones generales, es decir, su electorado se conforma con la totalidad de los uruguayos habilitados para votar, lo que técnicamente se expresa en que participa el Cuerpo Electoral Nacional. Esos electores uruguayos concurren a las urnas, en un proceso organizado y juzgado por la Justicia Electoral, y allí votan por un partido y dentro del mismo por un precandidato presidencial y por listas de candidatos a los órganos deliberantes nacionales y departamentales. Nadie sabe a qué partido vota cada elector,lo cual es una diferencia sustantiva con una elección interna; en una interna votan los que son, los que pertenecen a ese partido.
Esto no es nada menor para el desarrollo de la campaña electoral y la estrategia de los precandidatos presidenciales. En una elección interna verdaderamente interna, hay un electorado fijo de ese partido por cuyo voto disputan los candidatos presidenciales. En una competencia binaria hay solo dos fuentes de captación del voto: por conquista de los indefinidos y por conquista del que está predispuesto hacia el rival. Dejando de lado los indefinidos, si A gana un voto, es porque necesariamente lo pierde B, y viceversa. Entonces la disputa se realiza en un coto cerrado de caza.
En cambio, en el esquema uruguayo de junio, en esas mal llamadas “elecciones internas”, en esas elecciones preliminares, la cosa es bien diferente. El resultado dentro de un partido (y conviene seguir el ejemplo binario para simplificar las cosas) se da entre A y B, y gana el que tenga más votos de los dos: o A o B. Pero la captura de votos se hace en la totalidad del espectro. Veamos en forma concreta: Larrañaga puede crecer a expensas de Lacalle Pou, o puede hacerlo a expensas de Vázquez; y Lacalle Pou puede crecer a expensas de Larrañaga, o de Bordaberry. O también Larrañaga capturar votos de Bordaberry y Lacalle Pou capturar de Vázquez. No hay pues un juego de circuito cerrado ni de vasos comunicantes. Entonces, cada uno de los candidatos compite contra todos los demás candidatos de todos los partidos, no solo con el de su propio partido. Por ejemplo, Vázquez no solo compite con Constanza Moreira, sino también con Abella, Abreu, Amorin Batlle, Bordaberry, Flores Silva, Larrañaga, Lacallle Pou, Mieres y Saravia. Y así sucesivamente. En realidad no todos compiten contra todos, porque hay distancias ideológicas, programáticas, de valores o de personalidad, que conlleva a la existencia de fosos insalvables entre un candidato u otro. Pero si no es todos contra todos entre alrededor de diez u once, al menos cada candidato compite con al menos cuatro o cinco, varios de ellos de los otros partidos.
Un problema adicional es quiénes son los que participan. Es que muchas veces los dirigentes, prendados del concepto de “elecciones internas”, tienden a pensar que votan solo los pertenecientes a los partidos: esta es una elección solo para frenteamplistas, solo para blancos o solo para colorados. Y consideran que frenteamplistas son los que militan en los comités de base o los sindicatos, los blancos los que son “como hueso de bagual” y los colorados los que tienen “sangre de toro”. En realidad votan frenteamplistas duros, medianos, fríos y decepcionados; y lo mismo en cuanto a blancos y a colorados. Porque otro error es considerar que los uruguayos, todos ellos, adhieren de manera ferviente a un partido político. En realidad, si hay que definir en forma simple a los que participan, cabe decir que hay dos tipos: los más vinculados a los aparatos políticos (a los caudillos, dirigentes, militantes, activistas, candidatos) y los más interesados en política, que a su vez se componen de los pertenecientes a un partido y los otros, una cantidad nada menor que no se siente perteneciente a ningún partido político y elige su voto con mucha independencia; pero éste, aunque las elecciones sean “internas”, va y vota.
Como los constituyentes del ‘96 eran bien uruguayos, se preocuparon de hacer las cosas lo más complicado posible. Y así establecieron el voto voluntario; únicas elecciones nacionales con voto no obligatorio. Entonces el tema ya no es solo captar adhesiones, sino lograr que esas adhesiones se transformen en voto, es decir, que la gente vaya ese día a las urnas. Como lo demuestran los estudios electorales, el elector no hace un proceso en dos etapas, de decir: primero voy a ver si voy a votar, y se me decido a ir, empiezo a pensar a quien voto. No es así. Hay dos procesos paralelos e independientes. Por un lado tiene sus preferencias, más o menos marcadas. Por otro lado está el dilema si va a ir a votar o no, y por supuesto, como el tema es si se sale de casa y se va a la mesa de votación o se queda en casa, está el que cree que va a ir y a último momento se queda en su casa. Es ese plus de votantes que figuran en las encuestas y no en las urnas; que no mienten, sino que les cuesta transformar la voluntad en un acto concreto de desplazamiento físico. Entonces aquí viene algo sustancial: los candidatos no solo deben convencer, sino que deben motivar a concurrir a votar. El crecimiento electoral en las internas se da no solo por el convencimiento, sino por la motivación.