El Observador
En la forma que evolucione de aquí a las elecciones del 5 de diciembre (la concepción del rol del presidente), marcará muchas cosas: el papel de la estructura política, el rol del presidente del Frente Amplio, el equilibrio o desequilibrio entre las diversas corrientes, el centro de la autoridad política, el ámbito de procesamiento de las decisiones trascendentes
El papel de la estructura y de la Presidencia en la toma de decisiones
Pero tiene dos cosas más, ajenas a una alianza. La primera es la existencia de una identidad frenteamplista. Hay un número importante de ciudadanos uruguayos cuya relación con ese sujeto político es de pertenencia y sienten esa identidad como algo propio. Y la identidad es algo ínsito en la calidad de partido político.
La otra cosa que tiene es una estructura que se basa en afiliados y construye una pirámide desde comités de base hacia la dirección nacional, con diversos estratos intermedios (zonales, departamentales)
Por ahí puede que ande la explicación de que a esa alianza –mal llamada coalición- se le añada la calidad de “movimiento”. Un movimiento puede generar una relativa pertenencia, tema discutible, y un movimiento puede generar una estructura. Lo de la pertenencia es discutible, porque si hay identidad se está ante un sujeto político que sociológicamente es considerable como partido.
La diferenciación entre partido y movimiento -o el análisis de la naturaleza política de los movimientos políticos- cuenta con poca literatura en el mundo. Una de las pocas definiciones la da el Diccionario Electoral de CAPEL1 : “Una organización política cuyo grado de estructuración […] y de metas u objetivos es menor que en un partido político”. Se caracteriza por: a) una escasa o muy flexible estructuración; b) fijación genérica o poca específica de metas u objetivos.
El lenguaje utilizado al interior del Frente Amplio por muchos dirigentes es muy significativo: llaman “la coalición” al conjunto de los grupos políticos y “el movimiento” a la estructura que surge desde los comités de base. Lo curioso es que la definición técnica de “movimiento” es todo lo contrario del Frente Amplio, porque éste no se caracteriza por una escasa o muy flexible estructuración, sino todo lo contrario, por una de las estructuras más complejas, completas y rígidas del sistema político uruguayo; tampoco se caracteriza por metas u objetivos genéricos o poco específicos, sino que tiene objetivos muy fuertes y nítidos, que son los mismos del conjunto de grupos políticos, es decir, de “la coalición”.
Ahora viene lo que atañe al presente momento político, que es el dónde y el cómo se procesa la toma de decisiones; la existencia o no de una conducción política del Frente Amplio. Los 15 años de gobierno nacional ha dejado la enseñanza de cómo grandes decisiones se desplazan de la estructura partidaria a la estructura de gobierno, lo cual es el modelo dominante en Uruguay: ocurre hoy con el Partido Nacional, ha sido lo histórico en el Partido Colorado y contra lo que el propio Frente Amplio creyó que iba suceder, también le sucedió. Pasados esos tres lustros, en el año y dos tercios transcurridos, se ha observado que las decisiones más relevantes han sido tomadas en “la coalición”, es decir, en los ámbitos de funcionamiento exclusivo de los grupos políticos, como la bancada de senadores y la bancada de diputados (o en conjunto, la Agrupación Parlamentaria Nacional). Y no muchas decisiones relevantes han sido tomadas en la estructura mixta de “coalición-movimiento”, o sea, donde conviven a la par grupos políticos por un lado y personas elegidas “por las bases”.
De paso, esto último es una ficción, porque esas llamadas bases no son otra cosa que un conjunto de afiliados que por un lado elige listas de candidatos de sectores políticos en circunscripción única nacional y por otro elige candidatos a título personal en pluralidad de circunscripciones (departamentales en el interior, zonales en Montevideo) Son dos métodos de elección con base en un mismo electorado. Los elegidos por un método y por el otro representan al mismo cuerpo electoral, sin distinción. Tampoco hay mucha diferencia de representatividad numérica entre unos y otros: los miembros de las autoridades nacionales elegidas mediante listas (“sectores políticos”) obtuvieron en conjunto, en las últimas elecciones propiamente internas de 2016, casi 67 mil votos; mientras que los miembros elegidos a título individual (“de base”) obtuvieron casi 58 mil votos. No hay una diferencia sustantiva.
La estructura parte de un Congreso aperiódico (el ordinario, de carácter quinquenal, más otro especial, también quinquenal) y órganos permanentes: Plenario Nacional de un centenar y medio de personas; Mesa Política de cerca de una treintena; Secretariado de circa una docena; y añadidos como el “Grupo de Acompañamiento” del Presidente o como una especie de mesa presidencial con el presidente del Frente Amplio y los vicepresidentes.
Si en materia de sistemas políticos y electorales Uruguay se caracteriza por sus originalidades – tempranamente señaladas por Maurice Duverger y más tarde por Dieter Nohlen o Hans-Jürgen Puhle- el Frente Amplio es en el mundo la originalidad por excelencia en su estructura. Aunque esa estructura no siempre es la que adopta las decisiones más trascendentes.
Para darle cohesión a todo ese armado, desde los inicios se planteó el principio de que el presidente del Frente Amplio, los candidatos a presidente y vicepresidente de la República a nivel nacional, y los candidatos a intendentes departamentales, todos ellos fuesen elegidos con una mayoría muy elevada, como una especie de consenso, unos y otros “por encima de las partes”. Con el tiempo los principios fueron cambiando: primero la candidatura presidencial pasó a ser producto de una elección abierta y competitiva, cuya decisión quedó en manos de parte del electorado nacional del Uruguay; luego, la Presidencia del Frente Amplio pasó a ser elegida por afiliados al Frente Amplio en un sistema de afiliación flexible.
La forma de elección de la candidatura a la Presidencia de la República también tuvo dos etapas. Una primera más afín a la competencia en los partidos tradicionales, en que cada uno de los competidores representó una corriente política (el caso de Mujica versus Astori). Luego ya pasó a ser una competencia mixta, en que alguna candidatura presidencial se situó en un plano de tipo personal, por encima de sectores, o por encima de los sectores que le dieron soporte. Y el tercer paso fue cuando ese candidato, ya a nombre de todo el Frente Amplio, proclama que la voluntad del presidente de la República (cuando es frenteamplista) está por encima del programa de la fuerza política, lo que implica que está por encima y al margen de sus decisiones.
En cuanto a la Presidencia del Frente Amplio, fracasada la posibilidad de retornar a la primera concepción (un presidente elegido por consenso para llevar adelante una labor de síntesis), se ha pasado a la segunda o a la tercera concepción. Y esto no es un tema menor. En la forma que evolucione de aquí a las elecciones del 5 de diciembre, marcará muchas cosas: el papel de la estructura política, el rol del presidente del Frente Amplio, el equilibrio o desequilibrio entre las diversas corrientes, el centro de la autoridad política, el ámbito de procesamiento de las decisiones trascendentes.
1 Segunda y última nota sobre “El Frente Amplio, su naturaleza política y sus dilemas de conducción”. Ver nota anterior: “El FA, la coalición y el movimiento”
2 Ver al respecto los artículos “El coraje de mirarse al espejo”, “El dilema de qué es un partido”, “El FA ante su naturaleza política”, “FA y organizaciones sociales”, “La falta de cúpula directriz” e “Izquierda y centros de decisión”
3 CAPEL: Centro Interamericano de Asesoría y Promoción Electoral del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, con sede en San José de Costa Rica.