31 Oct. 2020

El coraje de mirarse al espejo

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Ha llegado la hora de la autocrítica -palabra que sugiere algo de flagelación- o quizás mejor del autoanálisis y del análisis de la realidad […] Pero un reposicionamiento va más allá de una memoria de éxitos y fracasos, requiere un profundo examen en al menos cuatro dimensiones: programático (de cosmovisión), de naturaleza política, de estructuración política y de posicionamiento político social.

Al Frente Amplio le llegó al fin la hora de la introspección ineludible.

El Frente Amplio inicia una etapa completamente nueva, la tercera. La primera lo fue el periodo de construcción, la acción política en la oposición y el camino hacia el poder; la segunda lo fue el ejercicio del gobierno, la acción política como oficialismo; la tercera lo es reposicionarse en un escenario no imaginado: ser oposición después de haber sido gobierno, contar con una masa muy grande de ex votantes que lo abandonaron durante -y seguramente a consecuencia- el ejercicio del gobierno1, que puede calcularse en la sexta parte del electorado.

Le ha llegado la hora de la autocrítica -palabra que sugiere algo de flagelación- o quizás mejor del autoanálisis y del análisis de la realidad. Lo primero que hizo su dirigencia fue tirar la pelota lo más lejos posible, pero ese lejos ya llegó. Y lo segundo que hace esa dirigencia es no saber por dónde ir y apuntar a elementos de procedimientos o de carácter puntual. Como se señaló anteriormente2 los partidos y los bloques políticos rara vez hacen ese autoanálisis después de la caída. No lo hizo el Partido Colorado al cabo de 94 años consecutivos de tenencia de la titularidad individual o colectiva del Poder Ejecutivo (1865-1959). No lo hicieron los partidos tradicionales cuando como conjunto cedieron el dominio histórico gubernamental al cabo de 168 años (1825-1973; 1985-2005) cuasi consecutivos, solo interrumpido por un periodo verdaderamente militarista (1973-1985). No lo hizo el Partido Nacional cuando el gobierno perseguido por casi un siglo lo retiene apenas por dos periodos. No lo hizo el Partido Colorado cuando la debacle histórica de 2004.

En todos los casos, el renacimiento vino de la mano de una renovación de referentes o de agentes políticos. Lo fue la convocatoria presidencial del general Oscar Gestido en el coloradismo (1966), lo fue el surgimiento de Wilson Ferreira Aldunate en el nacionalismo (1971), lo fue la aparición del general Guido Manini Ríos en el ensanche del área tradicional. Hubo sí intentos fallidos y otros exitosos de reflotar por separado a uno u otro partido, más bien como competencia entre sí y de traspaso de votantes en un juego de vasos comunicantes.

Por todo ello, no es anormal que el Frente Amplio no haga un profundo autoanálisis con los mismos dirigentes y los mismos que han gobernado. Ocurre que si lo hace sin recambio de dirigentes, eso sí sería un acontecimiento y una señal de profunda sabiduría política.

Autoanálisis quiere decir examinarse a sí mismo, hacer una introspección, y examinar lo de afuera. Quiere decir evaluar qué hizo bien y qué hizo mal, qué fue comprendido y qué no lo fue, cuáles fueron las sintonías y cuáles las asintonías con la sociedad, con la gente, con el pueblo, con los diferentes segmentos de ese pueblo. También por supuesto analizar las campañas electorales y especialmente la última, pero conviene atender que lo que muchas veces se considera errores, no lo son tales, sino opciones -conscientes o inconscientes- de posicionamiento político, son definiciones políticas de fondo.

Pero un reposicionamiento va más allá de una memoria de éxitos y fracasos, requiere un profundo examen en al menos cuatro dimensiones: programático (de cosmovisión), de naturaleza política, de estructuración política y de posicionamiento político social.

El reposicionamiento programático supone reelaborar la cosmovisión o la síntesis de cosmovisiones a las que pretende adherir o pretender expresar el Frente Amplio, es una elaboración programática, la elaboración de un nuevo programa, que nunca se ha hecho desde el Declaración Constitutiva del FA. Programa en el sentido que se da a la palabra en el Programa de Gotha (1875), de Erfurt (1891) o de Bad Godesberg (1959). Lo que el FA llama habitualmente programa no es un programa político en la dimensión conceptual sino un “programa de gobierno”, al que más estrictamente corresponde denominar “plan de gobierno”. Programa supone la valoración o la síntesis de valoraciones que se hace del universo, de la sociedad y del ser humano.

El reposicionamiento en la naturaleza política es crucial. Al Frente Amplio le resulta complicado navegar en la contradicción entre ser y no ser un partido político, entre ser un partido y ser un agrupamiento de agentes políticos sin claridad sobre su naturaleza (a lo que impropiamente le llaman coalición), lo que en definitiva quiere decir entre tener y no tener pertenencia política. Si no es un partido, no cabe la pertenencia, porque pertenencia quiere decir “ser de”, que es muy distinto a “adherir a” o “votar a”. Hay un dato no menor: mientras la dirigencia casi sin excepción rechaza o ignorar calificarse como partido, pasa algo muy diferente entre sus votantes. Al FA lo votó el 39% del electorado, el 32,5% declara ser frenteamplista, en conjunto suman el 0,5% los que declaran ser socialistas, comunistas o alguna otra denominación de tipo partidaria, y un 6% no reconoce pertenencia alguna, estos sí son quienes “adhieren” a o “votan a”. Menudo nudo a desatar el de una dirigencia que pretende dirigir una coalición y una base social en la cual los coalicionistas son 1 de cada 66 personas.

Un tercer elemento es de la estructuración política, máxime cuando emerge -como símil aparente en los partidos tradicionales- de la figura del candidato en relación directa con el electorado, sin intermediación de estructuras. Pero además la compleja relación entre estructura partidaria del Frente Amplio, estructura de los sectores, estructura parlamentara y estructura gubernativa (que volverá a reducirse a tres gobiernos departamentales).

Y un cuarto elemento es el posicionamiento político social, en lo cual adquiere particular relevancia la definición de a qué clases sociales pretende representar y a cuáles no, lo que fue muy claro hace medio siglo pero nada claro al cabo de tres lustros de gobierno. Además del tema clases, en un clivaje diferente, a qué colectivos sociales pretende expresar o defender. Y en otro eje, su relación con el predominio cultural de la sociedad.

Muchas veces las definiciones se toman por vía de los hechos, sin previo análisis ni discusión detenidos. De alguna manera es lo que ocurrió con los cambios en relación a las clases sociales. Pero cuánto más directo y más nítido sea el análisis, más clarifica la estrategia y el rumbo a seguir.


1 Primera nota de una serie sobre el reposicionamiento del Frente Amplio en su nueva etapa posgobierno. Esta nota es una reformulación de la publicada el 18 de enero de 2020 en El Observador

2 Ver “Cuando llega un fin de ciclo”, El Observador octubre 17 de 2020.