18 Jun. 2022

En los tiempos de la intolerancia

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Hay poco espacio y escaso respeto por la reflexión serena. El agravio está a flor de piel, también la prepotencia, las reacciones histéricas o la provocación política hasta en la vestimenta. Toda referencia del que no sea del propio campo, aunque no fuere del opuesto, es descalificada. Y al otro se lo describe no a partir de lo que es, sino de la caricatura que se traza.

Uruguay y el mundo viven la mayor tensión desde hace largas décadas.

El mundo, más exactamente el hemisferio norte en el sentido político del término, vive el mayor tiempo de intolerancia desde el apogeo de la Guerra Fría. En las postrimerías de esa guerra fría, la Organización del Tratado del Atlántico Norte interviene militarmente en la ex Yugoslavia, bombardea Serbia, rompe su integridad territorial y desgaja Kosovo. Tres décadas después Rusia interviene militarmente en Ucrania, la bombardea, rompe su integridad territorial y desgaja Lugansk y Donetsk. En el medio, feroces actos de xenofobia y racismo. La ruptura de Yugoslavia semeja la partición del subcontinente indio medio siglo antes. Entre lo uno y lo otro, intervienen, bombardean y a veces desgajan territorios, en Afganistán, Iraq, Siria, Libia y demás. Sin tomar en cuenta los infiernos en las tierras de la antigua Palestina y las distintas expresiones del terrorismo o de los terrorismos, que llegaron hasta el Rio de la Plata.

Uruguay vive asimismo el mayor tiempo de intolerancia desde la década anterior al golpe de Estado. Hay poco espacio y escaso respeto por la reflexión serena. El agravio está a flor de piel, también la prepotencia, las reacciones histéricas o la provocación política hasta en la vestimenta. Toda referencia del que no sea del propio campo, aunque no fuere del opuesto, es descalificada. Y al otro se lo describe no a partir de lo que es, sino de la caricatura que se traza. También campea la información recortada, descontextualizada, donde se hace decir a alguien lo que no dijo; en que predomina la noticia como operación política. No todos los actores políticos, sociales y comunicacionales están en esa actitud, quizás no la mayoría, pero es lo que se impone, lo que domina, lo que asfixia. La estridencia quizás de una minoría silencia a los que hablan con serenidad.

El debate público, la información pública, prioriza la pecata minuta, lo accesorio, las conductas e inconductas personales. El desvelo de los uruguayos anda por otros terrenos; preocupa el crecimiento sostenido de la delincuencia y las dificultades del día a día, el llegar a fin de mes, inquieta el fututo inmediato.

El día previo al referendum, este analista escribió1 :” La experiencia exitosa del Uruguay ha sido siempre el diálogo, la búsqueda del entendimiento, o al menos el consenso en el trazado de reglas de juego para en cada momento dirimir las diferencias. Cabe recordar las enseñanzas del Cardenal de Richelieu dadas al Rey de los Franceses Luis XIII: solo el que es fuerte puede exhibir moderación, la intransigencia es señal de debilidad. La tolerancia es para los fuertes, la intolerancia es para los débiles”. Se esperaba que al día siguiente se descubriese que la Tierra seguía girando y que esa votación no anunciaba el fin del mundo. Pronóstico fallido, aspiración fallida. Al comenzar los años sesenta, con la aparición de la Revolución Cubana y el paralelo temor norteamericano, despunta la intolerancia y la confrontación, se acentúa en el periodo del pachequismo y más aun a partir de la declaración del Estado de Guerra Interno. La intolerancia es dura y alcanza cuotas de violencia física, dolor y sangre.

La diferencia sustancial con el ahora es que la intolerancia se expresó en y tuvo como fundamento visiones opuestas sobre el modelo de país, de sociedad y del mundo. Se jugó en lo que algunos denominan la línea roja de la historia. Hoy por hoy, el debate público parece asentarse en la creencia de que la política es pura y exclusivamente una competencia de virtudes y defectos personales, sin que estén en juego las ideas o las cosmovisiones.

Hace un cuarto de siglo Enrique Tarigo advertía que la buena política se maneja en el plano de las ideas, valores y principios, y no en el desnudar la vida personal de nadie. Hace medio siglo Rodney Arismendi remarcaba que él no combatía personas, sino ideas e intereses; creía en la lucha de las clases sociales por el poder, no en el enfrentamiento personal.

La intolerancia tiene su propia lógica, la imparable reacción en cadena de causa-efecto recíproca. Que nadie se llame a engaño, no se puede entrar en una lógica polarizante con la creencia que ella desaparece y el proceso se frena por un mero acto unilateral de voluntad en cualquier momento. Eso creyó el Aprendiz de Brujo

Los entendimientos se logran cuando se deja de lado quién hizo qué, quién empezó y quién fue el que retrucó. Cuando se piensa en cuáles son los desafíos, de corto y de largo periodo, y cómo se encaran esos desafíos. Y cuáles pueden ser las coincidencias y cuáles las diferencias. Sobre la base de que quien no quiere acuerdo, encuentra fácil las diferencias. Quien quiere acuerdos, hace todo el esfuerzo necesario para encontrar los puntos de síntesis, mayores o menores. Si en cambio se busca identificar al primer culpable y mensurar las culpas, no hay entendimiento alguno; si se pide que tire la primera piedra el que esté libre de culpa, no vuela un pedregullo

Si se produce la distancia que se observa el panorama dominante entre los actores políticos, sociales, comunicacionales de un lado y lo que siente y quiere el pueblo del otro, se camina hacia el descreimiento en la política y en los políticos, el descreimiento en los factores de poder, y más tarde o más temprano se llega al descreimiento en la democracia. Cuando cae el telón, no hay ganadores sino solo perdedores. En eso, la historia es porfiada. Lo positivo para Uruguay, es que todavía se está a tiempo; no se está –como en aquellos versos- a cinco segundos de la muerte.


1Ver “El 28 La Tierra sigue girando”, El Observador, marzo 26 de 2022.