08 Jun. 2003

Areán, Arana y Alcorta

Oscar A. Bottinelli

El Observador

No hay poder con virginidad. A la corta o a la larga quien empieza a desempeñar el poder se encuentra con que las cosas no son blancas o negras, sino que casi todo se presenta en matices de gris. Entonces viene la difícil tarea de poner límites a los grises: cuáles tonos son los aceptables y cuáles tienen tal porcentaje de negro que va más allá de lo admisible.

No hay poder con virginidad. A la corta o a la larga quien empieza a desempeñar el poder se encuentra con que las cosas no son blancas o negras, sino que casi todo se presenta en matices de gris. Entonces viene la difícil tarea de poner límites a los grises: cuáles tonos son los aceptables y cuáles tienen tal porcentaje de negro que va más allá de lo admisible. Se descubre así que lo admisible y lo inadmisible no es algo claro y simple, sino que está lleno de subjetividades, de apreciaciones diferentes. Y también se descubre lo perverso del juego de la culpabilidad por sospecha: el crear culpables por el solo hecho de formular denuncias (o sin crear, el dar por cierta la culpabilidad por la mera denuncia) puede acarrear que un día el creador o el crédulo sean víctimas de ese mismo juego. Esto es lo que le ha pasado a la izquierda en estos meses: gente de la izquierda en el poder denunciada por gente de izquierda; gente que se incorpora a la izquierda víctimas de escraches desde la misma izquierda. Mario Areán fue el secretario privado y la persona de mayor confianza personal del intendente montevideano Mariano Arana, desde que asumió por primera vez hasta hace unos días. Para un intendente con función altamente emblemática, el verdadero poder está detrás suyo, y es ejercido por las personas de su confianza personal (como Areán) o de su confianza política (como la todopoderosa secretaria general María Julia Muñoz). Areán fue denunciado en una serie de notas del semanario Brecha por actos de implicancia entre su actividad privada y su actividad pública. La Vertiente Artiguista, a la que pertenecen tanto Arana como Areán, exoneró al secretario de culpa y cargo, a través de un tribunal que actuó con criterio juridicista (sin tomar en cuenta las normas de ética trazadas por el Frente Amplio). El Frente Amplio, en cuya representación global actúa Arana y por ende su secretario, emitió un fallo diametralmente opuesto y lo condenó, basándose en las normas de ética frenteamplista aprobadas en 1990. Y también con el criterio de que aunque no haya delito ni falta administrativa puede haber falta de ética.

Ricardo Alcorta fue el contador y el principal manejador de las finanzas de la Intendencia de Maldonado bajo Domingo Burgueño. Vivió por una larga década en guerra con el Frente Amplio (desde donde partieron rumores contra su persona), perdió la intendencia en esta última elección superado por Enrique Antía y ahora se incorpora a la Nueva Mayoría, al tabarecismo, mediante su afiliación al Nuevo Espacio. Desde las tiendas más duras se organizó un escrache contra su incorporación a la izquierda.

En todo ataque político, aunque fueren ciertas y justificadas las acusaciones, hay siempre una razón política. En el caso de Areán parece provenir de quienes tienen cuentas pendientes con un intendente que ganó de punta a punta un conflicto gremial, porque sólo eso explica que se hagan públicas denuncias sobre hechos ocurridos mucho tiempo antes, y no se hayan hecho en el momento en que ocurrieron; y el ataque por elevación se hace contra lo más vulnerable del entorno de Arana. En el caso de Alcorta la explicación viene por otro lado. La izquierda siente que esta vez, en el 2005, no se les va a escapar la intendencia maldonadense (se le podrá escapar o no, lo importante es lo que esa izquierda siente); y ahora sienten que esa intendencia que creen segura para la izquierda ya no está segura para el o los posibles candidatos frenteamplistas, ya que Alcorta es un hueso muy duro de roer, con altas probabilidades –en caso de ganar la izquierda– de arrebatarle la intendencia al Frente Amplio por cuenta del Nuevo Espacio, que ganaría así un importante espacio de poder propio.

Pero además de lo político hay otros tres temas. Uno es el ético, el de las conductas, donde aparece la necesidad de reflexionar en profundidad sobre cuáles son las conductas que la izquierda va a permitir y cuáles no va a permitir en la eventualidad del gobierno. Porque las posibilidades de implicancia o de corrupción en las intendencias es pequeña en relación a las posibilidades de un gobierno nacional. Y no basta con creer que todos los de este lado son honestos y todos los demás son corruptos, porque ese principio es la piedra libre a la corrupción. Tampoco alcanza con decir que la gente debe actuar con honestidad, porque vienen las mil y una zonas grises que es necesario clarificar. Por supuesto que va a haber y hay múltiples puntos de vista; lo importante es definir reglas claras, conde cada quien sepa lo que puede y lo que no puede hacer, y que esas reglas se cumplan. Si hay reglas (como las normas de ética de 1990) y la Vertiente ni siquiera las tiene en cuenta a la hora de juzgar, quiere decir que las reglas están en algún olvidado armario y su aplicación no es de uso y costumbre.

Un segundo tema tiene que ver con la culpabilidad por sospecha: hasta dónde la izquierda va a continuar en la línea de dar por válida toda sospecha y culpabilizar a todo denunciado o insinuado, como lo hace reiteradamente con las figuras de los otros partidos. Porque esa política encuentra sus límites cuando se revierte el juego. Y si se da por creíble lo de Areán (que cierto o no, para no pocos frenteamplistas lo hace creíble la decisión institucional del Frente Amplio y la acción personal de Tabaré Vázquez al viabilizar la renuncia del secretario), se cruzó el Rubicón: ahora puede tener mayor credibilidad cualquier denuncia o cualquier rumor contra gente de izquierda; ya no hay más invulnerabilidad. Y un tercer tema es el de los escraches. Promovidos desde la izquierda o tolerados con el silencio, ahora también se vuelven contra la propia izquierda.

Todo esto sirve como advertencia de lo que es la cercanía con el poder y lo que puede venir si se tiene el poder en serio; y valga la advertencia, la que para algunos es bienvenida y a otros molesta, porque la larga lejanía del poder hace creer que los cuestionables sólo pueden ser los demás, porque de este lado siempre se hace todo bien y del otro lado las cosas se hacen mal o por malas razones. Por algo las grandes organizaciones, desde el Imperio de Darío, la Roma antigua y la Iglesia, han estructurado un poder basado en el permanente control de sí mismos.